Un sueño en Paris

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

La fiesta inolvidable

En Un sueño en Paris (2019), una vez más, Sergio "Cucho" Costantino elige la música como punto de partida para hablar de la identidad argentina, y, en esta oportunidad, del recuerdo de un emblemático lugar en Francia que albergó a aquellos que el país expulsaba por ideología o simplemente por estar en listas negras, con el tango como expresión máxima de la nostalgia y de aquel lugar al que no podían regresar.

La película desarrolla, a partir del recuerdo de los que fueron parte de la misma, la historia de la tanguería “Trottoirs de Buenos Aires”, un espacio impulsado por figuras como Edgardo Cantón y Susana Rinaldi, y que supo tener como invitados recurrentes figuras de la talla de Julio Cortázar, Pierre Richard, Brigitte Bardot, Carolina de Mónaco y artistas como Raúl Lavié Horacio Salgan, Osvaldo Piro, María Garay y Amelita Baltar, entre otros, en los escenarios.

Jean Pierre Noher será el nexo entre ellos y el presente, revelándose como un gran entrevistador y guía, pero también como persona/personaje, expresión máxima de la historia que se relata, y, como no, también de su propia historia, un cuento iniciado del otro lado del océano, pero que nunca supo de finales.

Afincado en Argentina desde los tres años, es la primera vez que el multifacético actor se muestra en pantalla como una suerte de narrador omnipresente, desandando los pasos del Trottoirs, pero también los suyos propios, dilucidando, también, su propia historia.

Desarmando frases trilladas y expresiones frecuentes como “al mirar para arriba es fácil confundir París con Buenos Aires”, Noher, junto con el director, se pregunta por la íntima conexión existente entre el tango y Francia, sus propios lazos, y cómo la tanguería supo transformar la mirada del público europeo con el ritmo local.

Errabundeando por las calles parisinas, ingresando en la intimidad de espacios y rincones, Un sueño en Paris habla de la permanencia de la vocación y los deseos, por encima de cualquier censura y silenciamiento que se quiera imponer para acallar la voz de un movimiento cultural.

Porque en Trottoirs, independientemente del ritmo que imperaba en él, se respiraba libertad, y desde ese aire modificador, se entablaban vínculos que siempre terminaban en la nostalgia de un lugar al que no se podía regresar.

La cuidada selección de temas musicales, la naturalidad y frescura con la que Noher avanza en su tarea, la que, en paralelo, le permite constituir su propio relato, una narración sobre identidades cruzadas que en definitiva son las que le permitieron establecerse como un intérprete todo terreno y popular, algo que potencia Un sueño en Paris en cada escena en la que dialoga con las figuras convocadas.

Por suerte, el desacartonamiento con el que se entrevista, ablanda la rigidez de la estructura dramática del film, un clásico relato de tres momentos en los que por acumulación de datos se develan pasajes de la última dictadura cívico militar, por la cual muchos de los talentos que se nombran en la película, debieron comenzar de nuevo sus carreras alejados del status que ya por ese entonces habían adquirido.

Tal vez en aquellos pasajes en los que se percibe cierto armado de escenas y situaciones, como por ejemplo cuando Noher vuelve a encontrarse con una joven que había visto comprando algunas verduras, Un sueño en Paris se debilita, pero no por ello deja de ser un interesante acercamiento al pasado para comprender, en el presente, la herencia que un lugar como el analizado ha dejado marcado a fuego un sentimiento en cada uno de los que fueron parte de él.