Un suelo lejano

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Huellas de una novela de aventuras nazi

El film del argentino Gabriel Muro sigue a un profesor de filosofía asunceño que quiere investigar el curioso proyecto de crear un “foco de desarrollo germánico” en el Chaco paraguayo.

Una “purificación y renacimiento de la raza humana” buscaban los pioneros que zarparon en 1886 de un puerto alemán, poniendo proa hacia la remota Sudamérica. La purificación anhelada se lograría tomando distancia de los judíos que abundaban en Europa, para crear, en ese suelo lejano, un “foco de desarrollo germánico”. El nombre para la nueva colonia caía por su  propio peso: Nueva Germania. Fundada en 1887 en el corazón del Gran Chaco paraguayo, la colonia subsiste hasta el día de hoy. Hacia aquella Nueva Germania, y también hacia ésta, viaja un profesor de Filosofía asunceño, que nunca había estado allí, con la intención de investigar ese curioso, inquietante proyecto. Lo sigue el documentalista argentino Gabriel Muro, con intención de filmar el periplo, la ciudad y los encuentros que el profesor libra con los vecinos. El resultado es Un suelo lejano, que llega hoy a la cartelera porteña.

El cartel indicador de la calle dice “Elizabeth NigtzChen”. “Suena medio chino”, observa con acierto un vecino. El cartel quiso decir “Elizabeth Nietzsche”, en referencia a la que se considera fundadora de la ciudad. El apellido no miente: Elizabeth era la hermana de Friedrich. La hermana nazi, para más datos. Elizabeth estaba casada con un tal Bernhard Föster, suerte de prenazi que tuvo la idea de refundar la raza allá (acá), en medio de la selva, como un Coronel Kurtz sin apocalipsis. Aunque sí lo tuvo. Pero eso no debe develarse, para no espoilear datos que hacen a esta novela de aventuras. Una que está allá atrás, hace un siglo y medio, mientras en presente se desarrolla un viaje menos accidentado, que busca rastrear sus huellas.

Después de ver el cartel, el profesor José Manuel Silvero Arévalos se queda pensando en la pérdida hasta del idioma que sufrió esa utopía rubia y de ojos celestes. Junto con ambos padres fundadores (Elizabeth & Föster) viajaron catorce familias alemanas, seguramente tan asqueadas de la judería europea como los líderes del proyecto. “Es para mí una dicha que se destierren solos”, contestó memorablemente Nietzsche (Federico) cuando su schwester lo invitó a venir. Y se burló de sus sueños arios, que incluían alimentación vegetariana. Llegados aquí, los viajeros encontraron que andaban faltando agricultores: se ve que Föster & Sra. estaban tan high con sus ansias de purificación que se olvidaron de pensar en la subsistencia. Les costó caro. Cometieron una segunda distracción: traer pocas doncellas y demasiados mozalbetes. Como poco tiempo atrás el general Mitre se había ocupado, en la Guerra de la Triple Alianza, de dejar el Paraguay prácticamente desmasculinizado, las morochas locales y los rubios visitantes se cruzaron, echando por tierra toda ilusión de pureza.

Muro observa esos cruces (pasado/ presente, alemán/ guaraní, nativas/ colonos) en tiempo presente. Nueva Germania reparte su población entre unos pocos descendientes de aquellos pioneros, que viven en las afueras, como apartados, y una mayoría de herederos de Solano López, que alternan el castellano con el guaraní. Todos toman mate, riqueza de la zona. Casi todos celebran, una semana al año, el aniversario de la fundación de la ciudad, con revoleo de banderas tricolores. Tricolores negras, rojas y amarillas; las rojas, blancas y azules quedan relegadas a un segundo plano. No se canta el “Deutschland Über Alles” sino el himno paraguayo, y el desfile es tan vacuo y formal como cualquier otro. La cámara registra todo puntillosa y prolijamente, dándose tiempos contemplativos, a veces demasiado largos, como los minutos dedicados a un partido de fútbol, cuya necesidad no se advierte. El profesor Silvero Arévalos deja hablar a sus interlocutores, sin imponerles discursos ni saberes. Cuando le llega el turno de hacerlo, menciona un exilio inverso, el de tantos paraguayos que parten a trabajar al exterior, descuidando la construcción de una economía propia. “Cuando empecemos a hablar, todo eso va a empezar a solucionarse”, dice el profesor. Es verdad que los países demasiado callados suelen quedar detenidos.