Un rubio

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Activo pasivo

Para aquellos espectadores familiarizados con los universos que explora el cine de Marco Berger la seducción masculina transita por andariveles de sutileza pero de sumo atractivo en el campo visual a partir del descubrimiento con la cámara del cuerpo, la piel y la fragmentación que es otra manera de entender el erotismo en su fase de ocultar y revelar. Siempre los pilares de sus trabajos en solitario, con Un rubio alcanza su película número cinco, cuentan con dos hombres en plena etapa de deseo. Uno de ellos dispuesto a provocar y romper los límites del otro como es el caso de Ausente. En esta oportunidad la propuesta surca un territorio nuevo: una casa en un barrio del conurbano con su dueño y el inquilino. Ambos además son compañeros de trabajo en un aserradero y tienen amigos en común.

El punto de vista se concentra en el invitado, es decir en aquel ajeno a la casa en cierto sentido a pesar del contrato con su amigo, quien no deja de tirar señales cuando tiene oportunidad ante distracciones de su novia y tampoco cuando pasa a una acción consensuada. La pasividad y la actividad en el terreno ya del sexo explícito eleva un peldaño en la nutrida filmografía del director, reconocido en festivales internacionales por su visión de temáticas relacionadas al cine LGBTIQ.

Otro de los tópicos que aborda de forma tangencial esta nueva propuesta de Marco Berger es el de la paternidad porque para ambos personajes no significa lo mismo más allá que el inquilino tiene una hija pre adolescente con quien mantiene esporádicos encuentros y charlas mientras procura mantener el secreto sobre su condición. También ante los amigos que llegan ocasionalmente a la casa y hablan de mujeres y conquistas de machos alfa.

El director de Mariposa maneja con soltura el movimiento sutil de la cámara para recorrer los cuerpos de los hombres, realza la desnudez en la piel y se vale de una luz lo suficientemente débil para aprovechar ciertos contrastes con zonas de poca intensidad lumínica siempre en interiores de habitaciones o espacios reducidos para jugar al extremo con lo prohibido para la mirada y también la generosidad del espectador voyeur.