Un rubio

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A esta altura, Marco Berger es un referente del cine nacional de temática gay, y en su sexto largometraje vuelve a incursionar en los recovecos del homoerotismo, con la historia de dos compañeros de trabajo que se enamoran en un contexto adverso.

El ámbito en el que se desarrolla Un rubio es suburbano, barrial, proletario, homofóbico. Un lugar anacrónico, en el que las palabras deconstrucción y diversidad todavía no se incorporaron al vocabulario cotidiano, y hasta los conceptos de respeto y tolerancia son desconocidos. Los pibes se juntan a tomar cerveza, mirar partidos de fútbol y hablar de minas: ser "puto" o "torta" es inadmisible.

Como en una Secreto en la montaña ambientada en Burzaco, esa represión marca las vidas de estos dos jóvenes. Juan (Alfonso Barón) oculta sus deseos por otros hombres bajo su reputación de mujeriego, pero esa fachada tambaleará cuando le alquile un cuarto a Gabriel (Gastón Re), su colega en un aserradero. Que, a su vez, también esconde su homosexualidad detrás de una noviecita y su condición de padre soltero.

La película trabaja con dos grandes focos de tensión. Por un lado, el que hay entre Juan y Gabriel y ese entorno hostil. Pero, sobre todo, con la tirantez sexual existente entre ellos. En dos instancias: hasta que se animan a concretar la atracción y, luego, una vez que la complicidad erótica está establecida. Porque lo que se establece en esta pareja asimétrica es una dinámica del que ama y el que es amado, del que espera y el que hace esperar.

Berger ensaya numerosas tomas que sugieren una intimidad física que no es tal. Son juegos logrados en su intención de crear ambigüedad y suspenso, pero que en su reiteración pierden sorpresa y terminan dándoles a las situaciones una excesiva rigidez. Las acartonadas actuaciones le agregan a la historia otra capa más de un hielo que no se derrite ni con las explícitas escenas sexuales.

El director se anima a romper el tabú de los desnudos frontales masculinos, pero esa audacia no tiene un correlato en la narración, que parece contagiarse de la apatía y la imposibilidad expresiva de sus personajes.