Un piso para tres

Crítica de Fernando López - La Nación

El título lo anticipa y el film lo ilustra apenas concluye la breve introducción a cargo de Carlo Verdone. Del sueño de una noche de gloria, Ulises despierta abruptamente a la vida real. Ya no es el exitoso productor de discos de otros tiempos. Haber invertido en el álbum de una cantante mediocre de la que estaba enamorado lo hundió en la bancarrota y de la experiencia sólo le quedó una hija que vive en París con su madre, algunos recuerdos y un montón de obligaciones. Nostálgico irremediable, sobrevive ahora a duras penas con su negocio vintage donde vende vinilos y memorabilia, y que también le sirve de estrecho domicilio.

Pero -ya lo dice el título- no es el único cincuentón que pasa por estos apuros. Ahí está Fulvio (Pierfrancesco Favino), que se ha vuelto inquilino en un convento de monjas, después de que su mujer lo descubrió engañándola y lo echó de casa, y para colmo fue degradado de crítico de cine a divulgador de chismes farandulescos.

Falta uno: es Domenico (Marco Giallini), el típico fanfarrón romano ventajero y amoral que vive de prestado en el barco de un amigo, anda siempre a la pesca de mujeres (dejando un reguero de hijos por todas partes) y últimamente también ejerce como gigoló con señoras veteranas y adineradas.

Estos de la crisis no son los mejores tiempos para maridos divorciados que deben hacerse cargo de sus obligaciones con ex esposas e hijos. De modo que la idea de que estos tres desconocidos reunidos por el azar compartan el alquiler de un modesto departamento puede resultar descabellada, pero no queda otro remedio, y de paso le sirve de excusa a Carlo Verdone para exponer las desilusiones, las frustraciones y las inmadureces de una generación que es la suya, y componer una comedia que apuesta a la risa, pero no descarta resonancias dramáticas y sociales, ironías leves y alguna pizca de melancolía.

Por supuesto, los tres inquilinos forzados a convivir son tan diferentes como para que se sucedan las situaciones domésticas de corte cómico -un humor más directo que sutil-, sobre todo en esa primera parte del relato. Mientras, despunta cierto sentimiento amistoso entre los tres, y la historia se complica con la aparición de los hijos, y las mujeres, entre ellas una joven y bonita cardióloga con el corazón destrozado, que hace buenas migas con Ulises, y una estrellita ambiciosa que ronda a Fulvio con la esperanza de ingresar en el cine.

El guión, al que no le faltan apuntes graciosos ni tampoco la consabida exaltación de los valores familiares siempre presente en el cine de Verdone, acusa unos cuantos altibajos y se dispersa en episodios no del todo bien explotados como la secuencia del robo. Además, la voluntad de ampliar el cuadro de la comedia para mostrar otros aspectos de la crisis (no sólo la económica) y atender a los sentimientos o a las relaciones entre padres e hijos (éstos, por cierto, más maduros que aquéllos) pone en evidencia a un film indeciso entre la clásica commedia all'italiana y el humor fácil de alcance popular. La película tiene a su favor el eficaz desempeño de su elenco, en el que Verdone trata de hacer equilibrio entre la mesura de Pierfrancesco Favino y la exuberancia peninsular de Marco Giallini.