Un pasado imborrable

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Encuentro con el verdugo

Varias referencias cinéfilas sobrevuelan este intento de drama bélico, Un pasado imborrable (The railway man), basado en un hecho verídico que se remonta a la construcción del ferrocarril que conectaba Tailandia con Birmania como parte de la estrategia de los japoneses al haber ocupado territorio y utilizado mano de obra esclava –se especula que fueron 400.000- compuesta por soldados británicos, norteamericanos, entre otros.

Ya en el film de David Lean El puente sobre el río Kwai (1957) se aborda el acontecimiento desde sus aristas más dramáticas, pretensión cumplida a medias en este caso a partir de un relato fragmentado entre presente y pasado mediante el uso de largos flashbacks correspondientes al punto de vista de un personaje que cuenta la historia, Finlay (Stellan Skarsgard) a la esposa de Eric Lomax (Nicole Kidman y Colin Firth respectivamente).

Ambos se conocieron azarosamente en un tren, obsesión de Eric desde sus tempranos años de juventud, y en ese viaje corto pero de intensidad nació la atracción devenida romance y posterior casamiento. Sin embargo, a esa apacible vida matrimonial sin sobresaltos se le antepone abruptamente la conducta errática de Eric, sus pesadillas sobre su pasado como prisionero de los japoneses y una serie de secretos que comienzan a revelarse y que implican para su esposa el desafío de conocer su otra cara.

Es en ese sentido donde el apartado romántico, sugerido desde el comienzo y con las referencias a los trenes y a filmes como Breve encuentro (1945), se ve rápidamente desplazado por las atrocidades de la guerra y la experiencia traumática del sobreviviente tras las numerosas torturas del enemigo japonés y más precisamente por la Kempei, policía secreta japonesa, reducida únicamente a la figura de un antagonista como Nagase Takeshi (Hiroyuki Sanada), quien intenta quebrar la voluntad del joven Eric al sindicarlo como espía por haber encontrado un mapa de las vías férreas en cuestión.

El tratamiento políticamente correcto de este periodo bélico llama profundamente la atención en primer término por decidir equiparar en cierto sentido al torturado con el torturador para dar apertura a una reflexión sobre las heridas y cicatrices de la guerra, despojar la vertiente vengativa cuando la idea de venganza no conduce a nada y mucho menos devuelve el pasado y el tormento vivido en aquellos años.

Podría decirse que Un pasado imborrable se encuentra en términos cinematográficos en las antípodas de 12 años de esclavitud, pero no desde un sentido meramente estético por la liviandad de sus imágenes sino conceptual por el tratamiento de la historia y sus personajes convirtiendo por ejemplo en víctima al victimario.

El director australiano Jonathan Teplitzky dirige con corrección a sus actores aunque no alcanza a explotar nunca el drama y las contradicciones humanas, como es de esperarse en una historia contada desde la mirada de su protagonista. Nicole Kidman cumple en su rol de esposa sorprendida pero se ve opacada por el flemático Colin Firth un tanto sobreactuado al momento de enfrentar a su enemigo en el presente cuando el camino de la redención parece tener la vía despejada.