Un pasado imborrable

Crítica de Nicolás Garcette - Fancinema

Un subequivalente de Breve encuentro y El puente sobre el rio Kwai

Eric (Colin Firth), veterano inglés de la Segunda Guerra Mundial, es un ingeniero obsesionado por los trenes (de ahí el título original de la película, The railway man, el hombre del ferrocarril). Durante uno de sus viajes en tren, en un guiño insistente a la obra maestra de David Lean, Breve encuentro, Eric conoce a Patti (Nicole Kidman) y se enamora de ella. Esta, recién casada con él, descubrirá poco a poco a un hombre preso de tormentos interiores terribles. A lo largo de flashbacks bastante torpes, con otro fuerte guiño a otra película de Lean, El puente sobre el Río Kwai, se revelará poco a poco la razón de su trauma: durante el segundo conflicto mundial, Eric, internado en un campo de trabajo japonés en Tailandia y obligado por el ocupante a construir un ferrocarril, fue sometido a la tortura.

Adaptación de una historia verdadera (una más…), Un pasado imborrable sufre de una ejecución demasiado académica, tanto en su puesta en escena como en la estructura de su relato. Ese academismo termina sofocando la emoción que busca desesperadamente producir a través de efectos demasiado insistentes, como esos amplios movimientos musicales que tienen que recalcar cada clímax o ese lento travelling que nos acerca a la puerta detrás de la cual se torturaban a los prisioneros. Esa película es también bastante cuestionable precisamente en su representación de la tortura. Por lo que se muestra y cómo se muestra, todo indica que no se pensó. La combinación de tomas de vista bastante frontales con efectos visuales y sonoros que apuntan a redoblar lo que el prisionero siente bajo la tortura termina transformando esas escenas en algo muy cercano a lo abyecto.

Probablemente ese sea el mayor problema de la película: quizás porque es una verdadera historia, no se tomó el tiempo de pensarla y de tomar la distancia necesaria que hubiera exigido. Ese problema culmina en la última parte y en el desenlace final, cuando Eric decide confrontarse a su pasado. Lo que pasó realmente no parece verosímil. En eso, la actuación bastante caricaturesca como el torturador de Hiroyuki Sanada (visto este año en las series de ciencia-ficción bastante fallidas Helix y Extant, sin que su actuación sea muy diferente, lo que explica probablemente esto), no ayuda. Quizás es más fácil acercarse a la verdad de una historia cuando se aleja de ella. En lugar de repetir películas “basadas en historias reales”, habría que elegir la ficción de una vez por todas, porque de todos modos siempre la realidad la va a superar. ¿Entonces para qué aferrarse a ella?

En definitiva, a ese tren que toma Eric en el inicio de la película, no pasa nada si no lo tomás con él y te quedás en la estación, porque ese tren ya lo tomaste mil veces, y encima nunca llega a ningún lugar interesante. En realidad, el único logro de Un pasado imborrable es volver a despertar el interés por las películas de David Lean.