Un paraíso para los malditos

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Un lugar donde quedarse

En este film maduro y arriesgado, poco ha quedado de “Extraños en la noche”, aquel policial romántico de 2011, con toques de humor y comedia musical glamorosa, con el cual el realizador Alejandro Montiel se hizo conocer por los circuitos del cine comercial. De un fugaz paso por la comedia light de tono rosa, aquí el director apuesta a otro registro, más crudo y hermético, logrando un resultado sorprendente donde conviven el thriller psicológico y el drama filosófico.

El protagonista absoluto del film es Marcial (Joaquín Furriel), un asesino a sueldo que anda detrás de su presa, trabajando como sereno de un depósito semiabandonado en los márgenes de la ciudad. Ese oficio le permite vigilar a su próxima víctima desde una perspectiva que recuerda a “La ventana indiscreta” de Hitchcock. Cuando aparece su objetivo, se desliza armado hacia la vecina casa del hombre buscado que tiene aproximadamente su edad y su cuerpo, y lo mata. Inesperadamente descubre en la otra habitación a un viejo postrado y con demencia senil que no se dará cuenta del cambio (Alejandro Urdapilleta), y al que empezará a cuidar como una suerte de padre sustituto.

La película comienza como un thriller de género, pero adquiere su grandeza cuando se muestra como un drama existencial donde caben todas las preguntas acerca de la orfandad y la indigencia moral del hombre moderno. No es casual que uno de sus grandes protagonistas sea Furriel, quien tan bien interpreta los personajes de Samuel Beckett.

Hay algo de “Final de partida” en ese espacio cerrado y silencioso, siempre atemperado por el humor negro, donde el tiempo se desdibuja en un suceder de días y noches, aunque siempre sepamos que es un retazo cronológico entre los festejos de la nochebuena y el año nuevo.

La única mujer de la historia (Maricel Álvarez) es la encargada de la limpieza del inhóspito lugar, la que también opera simbólicamente en la transformación del asesino, como si la lavandina con la que borra la suciedad alcanzara al corazón del guerrero. Con esta joven madre soltera y su niña, Marcial conformará una suerte de familia inestable y absurda pero feliz a su manera.

Más allá de las palabras

En la primera parte del film casi no hay diálogos pero alcanza con el rostro de Furriel para sumergirnos en el universo íntimo de un hombre casi sin vida propia, al que le llegará sin proponérselo una segunda oportunidad.

Como solamente sucede en las obras de arte más profundas, se despliegan los grandes temas del hombre: la soledad, la vejez, la decadencia física, la locura, la muerte, el amor, la compasión, la pregunta por Dios y su lugar en el mundo de nuestros días. Gran parte del relato se construye con silencios donde el suspenso se mezcla con la incertidumbre y los gestos dicen más que las palabras.

Recargada por algún efecto dramático tal vez prescindible, “Un paraíso para los malditos” es una película noble, intensa y precisa, con personajes inolvidables y conmovedores, para quienes su universo marginal de carencias y soledad de repente empieza a cobrar sentido.

Ese proceso lo lidera Marcial (nunca mejor puesto el nombre, que significa guerrero) como héroe trágico que abraza su destino sin lamentar nada (como la canción final de Piaf, magníficamente adaptada y cantada por Florencia Arce).

Interesante en su formulación, el film no está exento de algunos huecos narrativos pero cuando la acción se desata, resulta potente y demoledora. Se disfruta de su excelente criterio estético y los magníficos climas audiovisuales que logra con imágenes en penumbras, situaciones conducidas por la música y una alta dosis de intriga y violencia que obran por contraste con el frágil paraíso encontrado donde menos se lo espera.