Un paraíso para los malditos

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

En “Un paraíso para los malditos” (Argentina, 2013) nada es lo que parece. Hay una persona que toma un trabajo de esos que nadie quiere y que solo se acepta por una necesidad extrema, o por, como este caso, un fin ulterior. También hay una mujer, encargada del mantenimiento del corroído y abandonado edificio en el que esta persona acepta el trabajo y que se roba botellas de desinfectante mientras espera la llegada de un príncipe azul que la saque de su tedio.
Y además, del otro lado del edificio, hay un viejo, tan patético como se le permite ser patético a alguien, que además de estar preso de su propia locura e ignorancia está abandonado y en estado calamitoso. Con esta tríada Alejandro Montiel (“Extraños en la noche”) construye uno de los relatos más sórdidos y a la vez filosóficos e interesantes sobre la soledad en el siglo XXI que el cine nacional haya producido hasta el momento.
“Un paraíso para los malditos” tiene a Joaquín Furriel como Marcial, la persona que acepta ser sereno de una fábrica abandonada y que espía, a modo de “La Ventana Indiscreta” a todos los vecinos del barrio. Mientras conoce los movimientos y captura en un pequeño cuaderno los mismos, en la soledad de la noche imagina y sueña con mundos mejores, o es lo que creemos, hasta que en un rapto de locura asesina a una persona que habita la casa lindera a la fábrica.
Allí también vive un viejo, senil, del cual Marcial desconocía su existencia, y como quien no quiere la cosa termina haciéndose cargo y lo cuida, porque en ese anciano encuentra a alguien para dedicar su amor y existencia. Mientras va y viene de la fábrica abandonada a la casa lindera inicia una relación con Miriam (Alvarez), una relación de sexo casual y frenético, de descarga.
Pero nuevamente se involucra emocionalmente con el “otro” y quiere sacarla de su infierno personal (el ex marido la golpea). Estos “malditos” a los que hace referencia el título son personas que en la necesidad del otro encuentran su verdadera razón de ser. Sin el otro que lo completa no son nada.
El director cuenta la historia con un estilizado uso de steadycam y travellings que acompañan a los actuantes durante los recorridos por los espacios oscuros y lúgubres. Para profundizar esto y darle una mayor verosimilitud, los colores escogidos son los azules, azules que se cuelan por las ventanas, esas ventanas que además son el punto de conexión con el afuera. Un afuera que los persigue y amenaza y sobre el cual pondrá un escudo para protegerlos de aquellos que quieren dañarlos.
Con grandes actuaciones de Furriel (La sorpresa de la película) y Alvarez, y un papel un tanto exagerado de Urdapilleta (por momentos el anciano se confunde con Mamá Cora de Gasalla), “Un Paraíso…” tiene momentos muy logrados que la acercan a “Un Oso Rojo” de Caetano y al mejor policial negro y desolador argentino