Un paraíso para los malditos

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

El hombre que murió dos veces

Marcial es un joven callado y enigmático que comienza a trabajar de sereno en un galpón. Cada día Marcial estudia la calle y la observa callado. Una noche ve entrar a un hombre sospechoso a la casa de al lado. Marcial salta el tapial y sale al encuentro de aquel hombre. Allí, nos enteramos que Marcial está esperando a ese hombre y que todo es una pantalla. Pero el plan se trastoca por la aparición imprevista de un hombre postrado y senil, y de una muchacha.

La estructura del relato está compuesta de dos grandes segmentos: una parte policial, en la cual nos enteramos de los verdaderos motivos que han llevado a Marcial a emplearse como sereno, y que básicamente culmina con la muerte de Víctor, el hombre que ha estado buscando; y una segunda parte, en la que Marcial asume la identidad de su víctima como consecuencia del encuentro con el padre de Víctor, un hombre postrado y senil, de quien decide hacerse cargo (Alejandro Urdapilleta). Es en este segundo momento del relato en el que comienza a adquirir importancia el personaje de Miriam, presentada inicialmente como personal de limpieza de galpón, con la cual Marcial –bajo la identidad robada de Víctor- iniciará un breve romance.

El film presenta un excelente clima para la parte policial, pero a mi juicio presenta un desarrollo insuficiente en torno al segundo segmento narrativo; particularmente en lo que atañe a la relación de Marcial con Ramón, el padre del hombre que ha asesinado. Dado que evidentemente el núcleo del relato pasa por este segundo segmento (la sustitución de la identidad) se hubiese más que justificado una exposición más intensa del vínculo entre los dos hombres.

El relato nos muestra a Marcial apropiándose de la vida de Víctor: su ropa, los documentos de Víctor, y sobre todo de la relación con Ramón, en la cual se comporta como si fuese su propio padre. Es evidente que a Marcial no lo mueve un mero sentimiento de lástima, y que Ramón parece despertar en él una ternura genuina, que lo lleva a engrandecer su interpretación de Víctor. Está claro que, dada la senilidad de Ramón, el vínculo se torna al menos extraño, dado que éste cree continuar la relación con su hijo, sin advertir la intromisión de Marcial en la casa, ni la muerte del propio Víctor.

La situación psicológica de Ramón en torno a este tópico es un poco confusa, porque si bien se nos presenta una escena en la cual Ramón increpa con un arma en la mano a Marcial, preguntando dónde está su hijo, quién es él y qué hace en su casa, nada permite determinar de modo concluyente (dada la inestable salud mental de Ramón) que haya conservado el recuerdo de ese momento. Asimismo, nada impide interpretar que Ramón sea consciente de la sustitución pero haya decidido validar al personaje que Marcial pretende encarnar.

La intromisión de Miriam y su pequeña hija Malena en la cotidianidad doméstica de Ramón y Marcial/Victor parece reforzar todavía más la necesidad de una exploración más profunda de la psicología de los personajes y de sus historias respectivas. Pero lamentablemente nada de esto ocurre.

El film concluye de un modo un poco abrupto, aunque con un desenlace que no deja de ser interesante en el conjunto de la trama: la sustitución de Victor por Marcial ha sido tan exitosa que al Turco, el autor intelectual del crimen de Victor, le han llegado comentarios que Victor sigue vivo y que Marcial lo ha engañado. El Turco entonces decide mandar a otro asesino. Marcial muere en la piel de Victor y por la convincente interpretación de Victor, de modo que podríamos decir que Victor lo ha matado. Marcial es asesinado por ese hombre al que ha matado doblemente, como una especie extraña de venganza retardada e irónica. Es interesante preguntarse por las razones que han llevado a Marcial a adueñarse de la vida de Víctor, de su pasado, la relación con su propio padre. Todo eso es silencio.

Tal vez la clave la esté dando el propio título Un paraíso para los malditos. ¿Por qué “paraíso”, ¿por qué “malditos”? Quizás en esos dos términos se encuentre la llave de la psicología enigmática de Marcial, ese hombre silencioso, que quizás calla porque la vida ya le ha gritado demasiado.