Un paraíso para los malditos

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Un sicario de buen corazón

Policial que se destaca por su atmósfera y sus personajes.

Los héroes silenciosos son personaje siempre atractivos: hay algo fascinante en esos tipos callados, introvertidos, con escasos vínculos sociales, que parecen nulos para la vida pero son implacables en todo lo que concierne a dar muerte. Y que, pese a vivir del asesinato, tienen buen corazón. El cine ha entregado algunos héroes silenciosos inolvidables, como los cowboys de Clint Eastwood, el samurai urbano de Forest Whitaker enEl camino del samurai, o el sicario ingenuo de Jean Reno enEl perfecto asesino. Marcial (Joaquín Furriel) pertenece a esta especie: no hace preguntas, a duras penas da respuestas, parece estar solo en el mundo y no ser capaz de dar ni recibir afecto. Todo en él está concentrado en cumplir con sumisión: matar. Pero ¿qué pasa cuando a esa maquinaria humana empiezan a brotarle sentimientos y se le ocurre jugar a la casita, con papá, mujer e hija incluidos? Pariente lejano de Una historia violenta (de Cronenberg), ése es el planteo de Un paraíso para los malditos. Alejandro Montiel (codirector deLas hermanas L. y director deExtraños en la noche, entre otras) logra generar el suspenso indispensable para la historia, en un clima que hace que en ningún momento se pierda el interés. Es para discutir si el desenlace está a la altura de las expectativas creadas: queda la sensación de que falta darles una vuelta de tuerca a las interesantes situaciones planteadas; la sensación de que se podría haber arriesgado más. La película trae dos buenas noticias actorales. Una, la reaparición de Alejandro Urdapilleta, últimamente más dedicado a escribir que a actuar. Otra, que para el protagónico femenino no se haya elegido a una cara convencionalmente bonita ni famosa sino a Maricel Alvarez, todo un talento. w