Un paraíso para los malditos

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Un salto hacia la escena del crimen

El ritmo del film deambula por un pausado y repetido tiempo, que acentúa el carácter del protagonista y al mismo tiempo potencia cierto nivel en la espera: El público desde ciertos indicios, comprende que algo de lo inesperado comenzará a ocurrir.

Debo reconocer que no vi este film en la semana de su estreno, cuando se ofrecía simultáneamente en varias salas. El desteñido y negativo recuerdo del film anterior de este director, "Extraños en la noche" con Diego Torres, Julieta Zylbeberg y Julian Vena, me llevó a que la dejase pasar sin intentar desear saber algo más sobre esta, su nueva obra. Fue a partir de un comentario, escuchado de espaldas en la mesa de un bar, por parte de dos mujeres de mediana edad, que me sentí movido a verla.

Ya Alejandro Urdapilleta, esa voz, esta escritura, este provocador talento desde los años 80, nos había dejado. Y yo recordaba las violentas peleas que había mantenido con el mismo Jorge Polaco en aquel prohibidísimo film llamado "Kindergarden", como asimismo sus textos teatrales y otras participaciones en el teatro, que me volvían, en esos días, a mi mente. Y me detuve frente al nombre de Maricel Alvarez, esta actriz que supo abrirse paso ante la prepotencia de los cánones de belleza, para defender su vocación de actriz. Recordé, entonces, su labor junto a Javier Bardem en "Biutiful" y aquellos contados minutos en el film de Woody Allen, "A Roma con amor"; sin olvidar su presencia en "Tierra de los padres" de Nicolás Prividera.

Y ahora estaba el protagónico, el primer gran rol en el cine, de este actor a quien el teatro y la televisión nominaron y premiaron en más de una oportunidad, Joaquín Furriel. Ante una fotografía del film, captada en la opacidad de una riesgosa noche, su personaje, Marcial, sentado frente al volante de un auto, me llevó, de pronto, desde su lacónica presencia y su casi declarado mutismo, a los que seres solitarios que componían De Niro en "Taxi Driver" y Ryan Gosling en "Driver".

Así, de esta manera, llegar a los umbrales de este inusual film de nuestro cine, "Un paraíso para los malditos", que en algunos momentos, desde el mismo personaje y desde la misma planificación de la acción guarda una cierta semejanza con "Un oso rojo" de Adrián I Caetano, me permitió repensar a la escritura del propio director, desde lo autoral; ya que este guión, a diferencia del film ya señalado, sólo lleva su firma. Y encuentro en el mismo, un relato que participa de las claves del "cine negro", entendido esto en un espacio muy amplio de referencias, que abren a numerosos interrogantes y que miran hacia momentos de los clásicos.

Desde el recorrido de una mirada fuertemente subjetivizada, en la figura de este personaje llamado Marcial, rol que compone acertadamente Joaquín Furriel, quien pasa a ocupar el lugar de un sereno de una fábrica, de un depósito abandonado, en un marginal predio del conurbano bonaerense, el film de Alejandro Montiel va construyendo un planteo de intriga. Y lo va articulando desde la figura de este observador nocturno, las ventanas entreabiertas que permiten asomar a siluetas que se funden en la violencia, sus abreviadas anotaciones en un cuaderno desteñido, sucio. Simultáneamente, la fugaz presencia de una joven que limpia ese lugar (Maricel Alvarez), madre de una niña y algunos, cortantes, llamados a un celular, nos van colocando en la rueda de un destino, del que no se podrá escapar.

En tanto el ritmo del film deambula por un pausado y repetido tiempo, que acentúa el carácter del mismo personaje y al mismo tiempo potencia cierto nivel en la espera; nosotros, ya, desde ciertos indicios, comprendemos qué algo de lo inesperado comenzará a ocurrir. Y así, en el medio de la noche, hay un mandato que asume el peso de la trama y nuestro personaje asume otra conducta, a través de un salto que se proyecta hacia la escena de un crimen.

En una atmósfera que ha permitido captar esa sórdida y patética luz, con un destacado trabajo de montaje, "Un paraíso para los malditos" nos va a llevar, desde una muerte por encargo, a otras situaciones que se juegan desde un simulado y tácito cambio de iden tidad en historias de seres desesperados, caídos en el olvido, dominados por la soledad. Personajes que en esa situación límite, entre el miedo y la enfermedad, las amenazas y la precariedad, se van a permitir soñar otra realidad.

Y aquí, desde un cuadro de demencia senil, es donde entra en escena este personaje Román, compuesto en su última actuación por Alejandro Urdapilleta. Y más allá de algunas observaciones que pretenden igualarlo a la de Pepe Soriano en "La Nona" o a la de Gasalla en su mítico rol de Mamá Cora, lo cierto es que su composición, desde mi punto de vista, será recordada. Sí, su Don Román, unido ahora a esta otra historia que lo rescata del maltrato y del abandono, pasará a moverse, como la de los otros personajes, calibrados en su actuación, en ese territorio de frágiles límites.

Una felicidad que se comenzó a orquestar en las orillas, desde ese encuentro de manos y de cuerpos desmayados, desde los rostros hieráticos, heridos. Y desde otra identidad. Esa felicidad, ese paraíso construido a medias, que ahora, desde el llamado de un celular revela lo más efímero de la existencia, lo más temido frente a lo que se comenzó a amar.