Un nuevo despertar

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Otra mirada sobre el oficio del actor

Al Pacino interpreta a un hombre en el tramo final de su carrera que sufre un colapso en el escenario, mientras hace una obra de Shakespeare. Sobre una novela de Phillip Roth.

Con cuatro protagónicos en poco menos de dos años, Al Pacino está dando cuenta de una actividad frenética que lo muestra en forma a los 75 años y dispuesto a someterse al escrutinio del mundo que siempre, inevitablemente, tiene como referencia a la que fue la dorada década de los setenta para el actor, con papeles como Michael Corleone en el Padrino l y ll, Lion en Espantapájaros, Serpico, Sonny en Tarde de perros y ya en los ochenta, el inolvidable Tony Montana de Scarface.
El actor neoyorquino ofrece en la actualidad una seguidilla de trabajos que en casi todos los casos lo muestran viejo, frágil y enfrentando el último tramo de su vida. Esa es la línea de El señor Manglehorn, Directo al corazón y especialmente Un nuevo despertar, en donde interpreta a un actor que en el final de su carrera, sufre de un bloqueo que parece terminal.
Lo que distingue a Un nuevo despertar del puñado de films de esta etapa de la extensa carrera de Pacino, es que además de la tragedia de un anciano que sufre un colapso en el escenario interpretando Macbeth, le sigue una depresión en donde los fantasmas del pasado y las decisiones erradas de una vida lo sepultan en una avalancha de recuerdos y de soledad aparentemente insalvable. A las órdenes de Barry Levinson (Rain Man, Buenos días, Vietnam) con quien ya trabajó en el telefilm No conoces a Jack, la estrella de Hollywood también se muestra dispuesta a enfocar casi desde la parodia y con buenas dosis de corrosivo humor los achaques de los años y cierto ombliguismo que afecta a algunos artistas que los hace confundir la realidad con su obra.
Y el relato, que parte de la novela The Humbing del extraordinario Philip Roth, está armado para que Pacino exhiba desbocado su costado shakespereano, un poco escorado y en decadencia, recorriendo su mansión en pleno divague y que incluso se permite comenzar un romance con una mujer de opciones sexuales amplias, mucho más joven (la extraordinaria Greta Gerwig), a la que conoce desde pequeña y que es la hija de una antigua amante.
El regodeo en el patetismo es evidente y la mirada sobre el oficio del actor es feroz, con más de un punto de contacto con la reciente Birdman, de Alejandro González Iñárritu con Michael Keaton. La puesta entonces está al servicio de la deslumbrante performance de Pacino, definitivamente teatral, oscilando entre la realidad y la ficción que plantea el universo de la historia, que paradójicamente lo muestra como lo que es, una criatura cinematográfica.