Un mundo conectado

Crítica de Julio Vega - CineFreaks

Un mundo menos soñado

The Zero Theorem, para la versión vernácula Un mundo conectado, es un film de ciencia ficción que pretende cerrar en su relato las verdades esenciales sobre el ser humano. En su paradigma futurista, ultra sofisticado, donde la informática reinó como para brindar satisfacción a todos los placeres de la vida (algo que parece muy actual, entendiendo nuestro tecnófilo modo de vida del siglo XXI), alcanza a plantear los vacíos básicos del alma humana, ante cuestiones elementales como cuál es el sentido de la vida, o cuándo llegará la llamada que nos cambiará, etc.

La película trata sobre un personaje aislado de este mundo hiperconectado, quien trabaja para una mega empresa informática calculando entidades, y que esta empresa hace dinero con dicha información. Cansado de su ritmo monótono y su pobre vida social, decide recluirse en su casa a la espera de una llamada que le cambie su vida. Recluirse, si, literalmente, pues su casa no es otra cosa que una vieja iglesia monástica venida abajo. El personaje de características primitivas (Chistophe Waltz), lampiño, tosco, de pocas palabras, hace lo posible por conseguir realizar su trabajo desde su casa. Y lo consigue, a través del encargo de calcular el teorema zero, una especie de código universal que ordenaría el caos y llevaría toda la materia a una especie de agujero negro, o big bang en retroceso.

El film parece una versión aggiornada de aquel que llevó a Terry Gilliam a destacarse como un director particular. No apunto a otro film más que a la joya de ciencia ficción, Brazil. En este caso, tenemos un personaje solitario y alienado por el sistema social, del que forma parte como pieza del mecanismo monstruoso dominante y que no pretende otra cosa que escaparse de ese paradigma de vida. En ese lapso aparece una chica (Mélanie Thierry) que puede llegar a marcar su deseo y hacerlo salir de su tediosa y monótona rutina. Pero a pesar de esta errática historia, en esta oportunidad la película plantea un universo futurista típico, casi como un resumen de tantos otros futurismos ya vistos en la pantalla grande, caótico, barroco, pleno de invasión de colores y sonidos, en este párrafo nada nuevo para sumar, con su particular estilo retro vintage que el director le aporta a sus creaciones. Pero el problema de afinidad que plantea la cinta es el intrincado entramado de salidas que propone a nivel narrativo. Ya bastante complejo es entender los motivos del personaje, como para encima abrir y tirar líneas y plantear asuntos que luego no termina de recuperar, cayendo en lugares y salidas difíciles de asimilar para el mundo que propone.

Un mundo conectado entretiene, si, pero deja de verse interesante a medida que nuestro personaje empieza a perder interés en sus sueños, empieza a perderse en su propia fe, una especie de reducto inventado que comienza con el lúgubre hábitat de su capilla abandonada. Sumado a ciertas compañías que parecen no darle explicación y tratan más de confundir que de aclarar la historia, el relato no deja de ser una clásica experiencia cinematográfica de género, pero cargada de detalles, brillos y metáforas vacías que no concluyen en un trazado circular en la subtrama del film. En conclusión, un mundo hiperconectado, que hace perdernos en nuestros propios sueños.