Un momento de amor

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

A los maridos, mejor imaginarlos que soportarlos

Con un poco de oficio y mucho desgano, Nicole García ha despachado esta historia de amor, linda por fuera y algo vacía por dentro. Nos sitúa en una granja francesa de comienzos de los años 40. Y habla de la falsa percepción de una chica trastornada que soñaba desesperadamente con amar, pero no encontraba destinatario. Ella no concebía el amor sino como un juego de obsesiones. Una vez se enamoró de un profesor, pero el metejón acabó en un escándalo. Por eso la familia decide adoptar un remedio drástico: conseguirle un novio y casarla.

Y allí entrará en escena un campesino de pocas palabras, rudo y sencillo, un español que viene escapando de la guerra civil y que ve con buenos ojos a esta chica linda y complicada (las lindas suelen serlo) que, rayada o no, lo podrá poner al día con el sexo y las ilusiones. Pero no es fácil. Si las novias comunes, dan trabajo, imagínese lo que promete una señora que en la noche de bodas le avisa a ese esposo con ganas que se abstenga de tocarla. Y el pobre marido acusará recibo del faltazo matrimonial. Primero visitará cada sábado un prostíbulo de cercanías. Y al final deberá pagarle a su esposa para poder hacerle el amor, un recurso que la economía familiar agradece.

Como la cosa mal o bien, funciona, el tipo quiere tener un hijo pero ella no, porque no lo ama y jura que no lo amará nunca. Y allí entrará en escena una casa de enfermos, que recibe a puro manguerazo a una muchacha que va curarse de los riñones y al final acabará acomodando el corazón y el deseo, gracias a una imaginación y a un enfermo, incurables. Cuando la realidad, desestabiliza, la fantasía salva. Y ella aprovechará su estadía en esa casa de reposo para poder entrar a un mundo que se ajusta perfectamente a sus apetencias.

La historia, un melodrama desmelenado, en manos de un realizador arriesgado podía haber derivado en una exploración apasionada sobre un amor loco que encuentra en la imaginación la única forma de materializarse. En esta crónica sobre desencantos varios, la realización fría, decorativa y convencional sólo pone de manifiesto prolijidad y convencionalismos. Falta intensidad y profundidad.

Marion Cotillard, siempre talentosa, aquí compone sin esfuerzo a esta granjera con patitos desordenados que al final encontrará remedio junto a este marido silencioso y paciente. El, a puro sacrificio logrará lo que necesitaba. Venía de la guerra y cualquier promesa de tranquilidad lo calma. Ella nos quiere enseñar que un poco de imaginación y otro poco de locura a veces le hacen bien al matrimonio.