Un minuto de gloria

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Moralejas sobre el mundo empresario inhumano.

La fábula es una forma didáctica de la ficción, invariablemente rematada en una moraleja que encierra, como su nombre lo indica, la moral del cuento. ¿Es la fábula en todos los casos un género protagonizado por animales, como las de Esopo o La Fontaine? No, esa es sólo la variante más conocida. ¿Es un género infantil? Tampoco, aunque las fábulas infantiles, como las de los autores antes nombrados, sean las más divulgadas. ¿Puede una fábula ser política? Una fábula puede ser cualquier cosa. Política también. De origen búlgaro y basada en asombrosos hechos reales, Un minuto de gloria narra la confrontación entre un humildísimo, casi inconcebiblemente honesto trabajador ferroviario y el Estado, con resultados de prever. Como en toda fábula, la moraleja tiende a clausurar el sentido último de Un minuto de gloria, convirtiéndola en lo que seguramente nadie se propuso que fuera: un objeto “de denuncia” de consumo, como aquellas canciones de los 60 y 70. Objeto de mensaje claro y villanos ídem, de modo que el espectador queda absuelto, ocupando el cómodo sillón del fiscal acusador.

Fábula moderna, Slava (título original) es una sátira negra. Trabajador especializado en el ajuste de tuercas de los rieles, el casi lumpen Tsanko Petrov (vive en musculosa, parece no lavarse el pelo desde hace semanas ni afeitarse la barba desde hace meses, desayuna en su choza llena de moscas comiendo directamente de una olla) escucha por la mañana una denuncia televisiva de corrupción al máximo nivel del Ministerio de Transporte, sale a hacer su trabajo, se cruza con unos que están robando nafta de una locomotora y de pronto encuentra un billete en la vía. Se lo guarda. Unos metros más adelante, otro billete. También se lo guarda. Hasta que encuentra una montaña de billetes tirados entre los durmientes, volándose, y como es un tipo honesto no se los guarda. Primera moraleja, paradójica: más le valdría habérselos guardado, porque la Jefa de Relaciones Públicas del Ministerio de Transporte y su equipo van a manipularlo como a un pelele. Tsanko, que además es tartamudo –lo cual complica seriamente sus posibilidades comunicacionales– más o menos se la aguanta, medio confundido, medio huraño, hasta que Julia Staikova, la Jefa de Relaciones Públicas, le pierde su amado reloj pulsera, el que le regaló el padre. Ahí sí, se pudre todo.

Tres años atrás, los realizadores Kristina Grozeva y Petar Valchanov se habían hecho conocidos en el circuito de festivales con La lección, otra fábula moral y anunciado inicio de una trilogía. En un reforzamiento del maniqueísmo inherente a toda fábula, el guión –escrito por los propios Grozeva y Valchanov, junto a su colaborador Decho Taralezhkov– narra en paralelo las desventuras del pobre Petrov –presentado poco menos que como un animalejo que además se priva de hablar, por complejo de inferioridad– y el muy esquemático perfil de ejecutiva moderna de Julia Staikova, siempre embutida en un ajustadísimo tailleur, siempre apurada, siempre hablando por uno o dos celulares. El mundo empresario es inhumano, sugieren los realizadores sin descubrir la pólvora. Lo hacen exhibiendo a Staikova más interesada en su trabajo que en su propio tratamiento de inseminación, junto a un sufrido marido. Pequeño pero significativo matiz, no se sabe si introducido por la excelente actriz Margita Gosheva o debido a los propios realizadores, la caracterización de la ejecutiva va en contra de la definición del personaje, generando una empatía que permite hacerla zafar en parte del estereotipo de “bruja” que el guión parecía tenerle marcado a fuego.