Un maldito policía en Nueva Orleans

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Reyes de los excesos.

Un ejemplo de remake. En una época donde abundan las fotocopias de películas bastante buenas (o no: abundan remakes, de todo tipo) y franquicias que se (re)inician sin la mínima idea ignífuga, Wener Herzog presenta una película que tiene fuerza, inteligencia, y posibilidades (por mi parte, más que bienvenidas) de convertirse en una franquicia.
Terence McDonagh discute junto a un compañero del trabajo (Val Kilmer) acerca de la posibilidad (o no) de salvar a un prisionero en medio de la inundación por Katrina. El escenario es Nueva Orleans, retratada como nunca con sus exóticos animales (cocodrilos e iguanas, que cobran vital importancia para la película) en medio de un paisaje devastado, desolado y arruinado. La fotografía está llena de azules y rojos intensos. No parece haber espacio para grisis o colores suaves. Así es el nuevo mundo en el que este policía se mueve. A propósito: Terence tiene un particular forma de moverse, y eso se debe a esta crucial secuencia inicial. Podríamos decir que tiene el karma está presente en esta película, que deja al hombre con un dolor de espaldas terrible, y lo convierte en un rengo adicto a la cocaína.
El andar reptiloide del teniente no es lo único que lo hace tan característico. También la línea que lo separa del bando de los delincuentes. McDonagh no es un Harry Callahan que hace justicia por mano propia. Parece que sólo le interesa hacer lo que sus instintos indiquen. Es parte de la flora y fauna de la (nueva) Nueva Orleans. Va para la salida de los boliches. Espera a que alguna parejita sospechosa salga y los detiene. Roba la droga que tengan encima, y para colmo, abusa de la chica adelante de su pareja. Pero el placer no es sólo eso: el joven debe ver el abuso. Es un tipo encorvado, de andar raro, personalidad más ambigua aún, y con un revolver totalmente exagerado (no digo que no sea real). Y cada uno de sus actos parece jugarle en contra. No puedo más que esperar películas tan buenas como esta con otros "llamados portuarios".
Algunos se sentirán casi tan abusados como el joven por pagar una entrada de cine y tener que bancar a Nicolas Cage en el papel protagónico, haciendo gestos totalmente desmesurados. Pero la realidad es que no me imagino otro Terence McDonagh que no sea Nicolas Cage. Sí, para mí también la mayoría de las apariciones del ganador del Oscar son insoportables. Y si la película es mala, la hace peor. Pero cuando un director inteligente sabe aprovechar los defectos de Nicolas, y los usa para un fin concreto, el tipo se luce.No digo que merezca una nominación al Oscar ni mucho menos, sólo que su personaje es bastante peculiar. Desmesurado. Histriónico. Como la película, encaja justo. En este caso, el llamado es en Nueva Orleans, donde Terence debe resolver el asesinato de una familia, presuntamente ligada a la droga y a un traficante llamado Big Fate (el rapero Xzibit). Mientras tanto, debe arreglar su situación personal: deudas por apostar (con un maniático Brad Dourif), una novia porstituta (Eva Mendes) a la que defiende de hombres demasiado poderosos y también cuidar de un perro y un chico. Aunque eso último es parte del llamado del deber.
Quien espere un thriller rápido y barato, de esos que podrían equipararse con el fast-food que sólo deja dolor de estómago, no va a encontrarse con lo que esperaba en esta película. No es un relato caótico, pero sí desmesurado. Convergen en la trama el policial, la comedia (con un par de líneas que quedarán, con algo de suerte, en la historia del cine, como "His soul is still dancing!" y "Ain't no fucking iguanas"), y hasta la reflexión sobre el cumplimiento del deber.
Werner Herzog es un gran director (Aguirre, la ira de Dios) que durante la última década se la pasó dirigiendo impresionantes documentales (uno de ellos, debió ganar el Oscar: Encuentros en el fin del mundo). Su sensibilidad para registrar pequeños detalles (y enamorarse de ellos) se nota en cada primer plano que hace a los lagartos que polulan por los edificios y carreteras de Nueva Orleans. Es un nuevo y apreciado enfoque a una ciudad que ya bastante trillada estaba (sí, acá también están los típicos pubs y la música soul, pero no se presentan como postales, sino como cosas habituales). Sólo basta con escuchar la excelente banda sonora de Mark Isham (Crash: Vidas cruzadas) y deleitarse con este héroe tan torcido, tan imperfecto.