Un maldito policía en Nueva Orleans

Crítica de Fernando López - La Nación

Un maldito policía con los delirios de Herzog

Nicolas Cage, protagonista del exacerbado thriller

Ni remake ni secuela. Apenas unas pocas referencias vinculan a este film con el que Abel Ferrara dio a conocer en 1992, salvo que en los dos casos el protagonista es un detective loco, en cuyo caso "maldito policía" se habría empleado casi como una marca, o una especie de franquicia. Aquel era un film sobre la culpa -aclaró el mismo Herzog, aunque dice que no lo vio-; éste es sobre la seducción del mal.

Desalentada una comparación que sólo llevaría a equívocos, queda saber cómo resolvió el alemán su ingreso en el territorio del thriller, un género con reglas propias, sobre todo teniendo en cuenta que partía de un guión convencional. Y no fue precisamente adaptándose a sus lugares comunes, sino exacerbándolo todo hasta sus extremos. Así, colma el film de excentricidades, de delirios que se confunden con los de su personaje, un policía de Nueva Orleáns adicto a la cocaína y las apuestas, capaz de robar y chantajear, de detener a una parejita de enamorados sólo para conseguir crack y sexo gratis o de obtener información para un caso que investiga (y que le rendirá lo suficiente para saldar sus deudas) impidiendo la salida del oxígeno que mantiene con vida a una anciana lisiada.

Un episodio durante la catástrofe del Katrina acerca algún antecedente. En un acto de inopinado heroísmo, rescató del agua a un preso latino a punto de ahogarse dentro de su celda anegada. De resultas del hecho fue ascendido a teniente, pero también se lesionó seriamente la espalda, lo que derivó (o incrementó) en su adicción a todo tipo de drogas, legales o no, y en sus actuales alucinaciones pobladas de reptiles.

Entre el policial trillado que hay en el guión original y la voluntad de Herzog de llevar todo hasta el límite con su inventiva endiablada (y su habilidad para aprovechar los tics y los desbordes de Nicolas Cage), la obra se carga de una suerte de tensión interior que por un lado parece conducir el film hacia el estallido y el caos y por otro genera su costado más interesante: con sus altibajos y su fantasía (a veces lírica, como en la evocación de la infancia que el policía comparte con su amante y pupila), parece la respuesta a tantos thrillers prolijos, adocenados y previsibles como los que pueblan las pantallas de todo tamaño.

La redención no asoma aquí, pero en cambio hay finales felices detrás de los que puede adivinarse la sonrisa maliciosamente satírica del artista alemán.