Un maldito policía en Nueva Orleans

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

Ni siquiera maldito...

No es el maldito policía de Harvey Keitel, ni siquiera el Torrente de Santiago Segura. Ni dramático, ni gracioso, más bien patético es este teniente Terence McDonagh, encargado de conducir la investigación del asesinato de una familia de afroamericanos en la Nueva Orleans post Katrina. Cocainómano, corrupto, jugador, vicioso a tiempo completo y enganchado sentimentalmente con una prostituta, el oficial va acumulando problemas personales mientras intenta solucionar el caso.
A poco de transcurrido el filme al espectador poco le importará quien fue el asesino, el director no pretende que nos interese y hasta la resolución del hecho pasará casi desapercibida entre tanto devenir del personaje principal. Es que ese es el objetivo de la historia, mostrarnos la decadencia de un sujeto que debe servir a la sociedad y por el contrario se aprovecha de su posición para obtener aquello que desea, siempre ilegal. Pero hay un par de problemas.
Nicolas Cage y Werner Herzog. El primero compone uno de los papeles más sobreactuados de la historia del cine. Cuesta comprender por qué fue elegido para un rol que requiere de una calidad interpretativa de la que carece por completo. El segundo es uno de los realizadores más importantes del siglo pasado, con obras que le valen un sitial dentro de los grandes del cine. Pero eso fue en el siglo pasado. Si al hecho de que cuenta con un actor desbordado y poco creible, le sumamos un relato desprolijo y escenas que bordean el ridículo narrativo, entonces debemos concluir en que el bueno de Werner necesitaba algo de dinero para financiar vaya uno a saber qué proyecto, o gustito personal, y tomó su salario sin culpa alguna.
Porque hacer un remake tiene sus riesgos y Herzog decidió correrlos. Le salió mal. Por ser servil a una seudo-estrella acabó destruyendo el sentido de la historia original justificando torpemente el accionar de un sujeto cuya naturaleza corrupta no necesitaba justificarse, sino asumirse.
No hay manera de aprobar, sino desde el esnobismo o la obsecuencia, la labor de un cineasta al borde del precipicio que, para peor, tiene a un actor dispuesto a darle un empujoncito.
Busquen "Bad Lieutenant" -1992- y disfruten del capo laboro de Harvey Keitel desde la sórdida mirada de Abel Ferrara.
Nuestra calificación: Esta película no justifica el valor de una entrada.