Un lugar para el amor

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Variaciones sobre un mismo tema

Nada de crímenes, intrigas, sangre, zombies, gángsters, guerras, ni vampiros. “Un lugar para el amor”, del debutante Josh Boone, pone en escena a una familia que atraviesa una crisis, mientras trata de acomodarse a las exigencias de la vida y seguir como se pueda.

En tono de comedia, la película relata el proceso de duelo de un hombre cuarentón para cincuentón, William (Greg Kinnear), padre de dos hijos adolescentes creciditos, a quien su mujer abandonó para irse a vivir con otro hombre.

William es escritor, vive de su trabajo y por cierto en una posición bastante cómoda. Sus hijos Samantha y Rusty también están haciendo sus primeros pasos en el oficio del padre, obviamente, muy estimulados por él, en tanto asumen el conflicto de sus progenitores no sin esfuerzo y van descubriendo ellos a su vez de qué se trata eso que se llama amor.

En medio de un mercado cinematográfico inundado de violencia y de situaciones retorcidas, una historia de amor tan parecida a la de cualquiera es como un oasis, un momento para el relax, para permitirse sintonizar con las buenas emociones y con esas cuestiones que condimentan la vida de casi todas las personas en una sociedad más o menos organizada.

Boone pone a jugar las paradojas que acompañan a una pareja que ha decidido separarse después de veinte años de convivencia y con dos hijos. La esposa, Erica (Jennifer Connelly), abandonó el hogar para irse detrás de un fisicoculturista, en busca de la felicidad. William no se resigna y al cabo de tres años todavía sigue esperando que ella regrese a casa. Él es quien se encarga de la crianza de los hijos y de mantener en pie el hogar.

La decisión de la madre ha caído muy mal a Samantha, la hija mayor, quien ha roto relaciones con ella y ni le habla ni atiende sus llamados. Rusty, todavía en la secundaria, hace equilibrio entre todos los frentes en conflicto y trata de acomodarse a la situación. Samantha empieza a tener algún reconocimiento como escritora mientras vive romances de ocasión, manifestando un temor neurótico al compromiso emocional. Rusty, en cambio, está listo para enamorarse y cae en los brazos de una compañerita de curso con algunos problemitas más que él, iniciándolo al mismo tiempo en el terreno del sexo y en las penas de amor.

En tanto que el padre vive una aventura light con una vecina, que es más una amistad con acceso carnal desapasionado que otra cosa. Al margen de eso, William se esfuerza por conservar a su familia y está convencido de que Erica volverá, aunque todo este asunto haya puesto en crisis su trabajo y no pueda escribir ni una línea (es que los conflictos pasan factura, de una manera u otra).

La historia empieza en el Día de Acción de Gracias, con la familia desunida, y termina, un año después, el mismo día, con un final feliz, luego de haber atravesado por varios incidentes en un sube y baja de encuentros y desencuentros, que han hecho crecer a todos.

La película de Boone se incluye en el rubro “cine independiente”, aunque se apodera de muchos de los clichés de las típicas comedias de Hollywood, quizás en un intento de síntesis que trata de representar el modo de ser del norteamericano medio, con un homenaje a Stephen King incluido.

Es un film pequeño, que no elude ni los lugares comunes ni los golpes bajos (no hay nada más normal que eso, después de todo), pero que se disfruta porque se advierte que está hecho con buen corazón.