Un lugar en silencio: Parte II

Crítica de Miguel Peirotti - A Sala Llena

“CINEMA is back”, tuiteó William Friedkin hace unos días –así, en mayúsculas cinema. El director de El exorcista se refería concretamente a esta película, la secuela del sleeper más grande los últimos años. Es probable que Don Guillermo exagere un poco respecto a este blockbuster de acción y terror. De todos modos, como es mandato, ustedes seguramente le creerán al autor de aquella película de terror con curas y vade retro satanases que produjo ríos de escalofríos en los setentas y hasta hace unos minutos nomás, como así también de un par de obras maestras de la Acción como mínimo, como Contacto en Francia y Vivir y morir en Los Angeles, ambas, al máximo del confín expresivo de este cineasta. Yo también le creería a él, porque, además, ¿qué daño hace darle la derecha a este troesma viviente que goza de un inesperado trono de 140 caracteres, al que seguimos como ratones de Hamelin? Creo que, inmersos sincrónicamente en un malestar de impaciencia y frustración, estamos esperando que este dragón octogenario eructe columnas de fuego sagrado una vez más, y que el tuit que se viralice devuelva la gentileza: “Regresa William Friedkin. CINEMA is back”.

Pero a donde deberíamos volver es a Un lugar en silencio. Parte II. O a la meteórica y precoz consagración como Master of horror de última generación de John Krasinski. Para recapitular brevemente, el actor, guionista y director remó al último peñón de poder del cine “fantaterrorífico” del Hollywood con menor grado de huella autoral surgido del mainstream puro, junto, diríamos, a Andrés Muschietti (It) o a Jordan Peel (Get Out!), propulsado por el cheque global –aunque hecho efectivo en los Estados Unidos– del éxito mapamundial de 2018, Un lugar en silencio. Primero hay que consignar que la soledad del primer título ha quedado obsoleta en cuanto esta secuela la ha convertido en primera parte de una trilogía que no esperábamos, aunque tampoco haya que por ello renegar de la misma (además, por cierto, en una trilogía como mínimo, consignando que existen novedades hasta una tercera parte). Esta Parte 2 suscribe información útil para el devenir de su preanunciada continuación, A Quiet Place: Part 3 (2023), que dirigirá Jeff Nichols, el virtuoso artesano de culto detrás de ese doble uppercut del 2016, Midnight Special y Loving, entre otras.

Nos referimos a que deja entrever un mundo post apocalíptico gobernado por la misantropía y la ley selvática de depredación, un detalle no menos misántropo que instauró el maestro George A. Romero con La noche de los muertos vivos en 1968 y que volvió a popularizar, si bien nunca se hubo ido del todo, el cómic y la serie The Waking Dead. Ya saben, eso de que el verdadero monstruo grande que pisa fuerte en la Tierra no son tanto las amenazas que provienen del espacio exterior como las iniquidades del ser interior. Somos una lacra, bah.

En lo que podemos convenir con Friedkin es que Un lugar en silencio. Parte II supera a su predecesora, por lo menos, en recursos estéticos y en fricción narrativa. El elemento sentimental, instaurado en esta trilogía mediante la presencia institucional de la familia como núcleo ético de la historia, aquí es casi paroxístico: el árbol genealógico en fuga contempla ahora tres generaciones mediante el protagonismo mayor del bebé, que más que protagonista es un eslabón de manipulación del suspenso hasta el último aliento, presente en cantidad de tomas, pero ausente de una tridimensionalidad caracterológica por razones obvias. La táctica de insonorizar el relato cada vez que Krasinski nos quiere transmitir la angustia de la adolescente sorda en situación de indefensión inminente, se usa a un grado ad nauseam ya en el campo de acción del Reliverán. Vamos, Krasinski, que vos podés. Esta rémora estética de baja categoría, de baja categoría en cuanto a que se introduce como una trampa para asustar, como una especie de recurso de amparo expresivo, pudo ser, transferida al proceso de construcción edilicio del pavor sobre el que se sostiene la película, una virtud narrativa. Con permiso de JK, como mera ocurrencia: sustituir con silencio lo que la imagen satura por sobreexposición informativa hubiera redundado en una estrategia más honesta.

Esperemos que Nichols en la tercera parte de esta saga hiperrentable se inscriba entre los desalentadores de pronósticos drásticos del porvenir creativo del Terror, que busque posicionarse entre los verdaderos artífices de imaginación refrescante dentro del género, como Robert “El faro” Eggers o Ari “El legado del diablo” Aster, quienes, si bien al fin y al cabo son producidos por las mismas corporaciones que concretan las obras de los Peele, los Wan o los Muschietti, aquellos están preparados para, y determinados a cristalizar una búsqueda plástica mayor, una cuya intensidad derrita los blandecidos estándares territoriales de la hiperzona de influencia transversal que comprende el Terror, un manto de oscuridad que se presta con arrogancia genética a macular cada género con su firma de nebulosa malsana.

Por lo antes dicho, Krasinski no es un director pretencioso, pero adolece de ambición creadora. Aunque probablemente sea pronto para afirmarlo. En entrevistas promocionales de Un lugar en silencio. Parte II le faltó poco para confesar con todas las letras haberse sentido superado pánicamente por los acontecimientos del porvenir, y que esta presunción de humildad lo haya precipitado a endosar el trabajo a alguien como Nichols. Con lo hecho hasta hoy, Krasinski no desmantelará el orden establecido en el universo del miedo ni debe exagerarse su importancia en la tradición de este cine. Pero lo abracemos como a un primo copado por no dejarse abismar en la estofa más baja de la especulación financiera, caer al subsuelo donde se reúnen los principales responsables de cosas como La monja. Sólo nos queda ver películas, y que sean buenas, o hechas por buscadores de la verdad diegética: ese CINEMA inasible y resbaladizo al que aludía Friedkin, el que construyen realizadores con el valor para violar las normas contemporáneas y sentar precedente destituyendo la supremacía del pasado. Ya lo dijo otra voz coleccionable, Jean Epstein: “Es que existen influencias tan dominadoras que sólo cabe esperar librarse de ellas asesinándolas un poco”.