Un lugar en silencio: Parte II

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Para mantener la calma

Antes de Un Lugar en Silencio (A Quiet Place, 2018), su tercera película como director y guionista luego de las muy olvidables Breves Entrevistas con Hombres Repulsivos (Brief Interviews with Hideous Men, 2009) y Los Hollar (The Hollars, 2016), John Krasinski en esencia era conocido por su faceta actoral y sobre todo por su rol de Jim Halpert en La Oficina (The Office, 2005-2013), remake de la serie británica del mismo nombre que fue transmitida originalmente por la BBC entre 2001 y 2003 y creada por Stephen Merchant y Ricky Gervais, este último también protagonista -Merchant actuaba pero tenía un papel más secundario/ de reparto- y al igual que Krasinski asimismo probando suerte a posteriori en la dirección con propuestas cómicas en sintonía con La Mentira Original (The Invention of Lying, 2009), Los Buenos Tiempos (Cemetery Junction, 2010) y Corresponsales Especiales (Special Correspondents, 2016), las tres visiblemente mejores o más dignas que las faenas de su homólogo norteamericano. Un Lugar en Silencio fue el primer éxito del realizador, tanto en taquilla como en crítica, y no sorprende a nadie que el señor y el estudio detrás del film, la gigantesca compañía Paramount Pictures, hayan decidido convertir en franquicia a un producto interesante aunque bien lejos de ser novedoso o mínimamente complejo más allá de su sencilla metáfora acerca de una paternidad homologada a la existencia monástica y silente, sacrificio perpetuo en pos de mantener con vida a esos vástagos en un ambiente peligroso que no ameritaba más purretes pero aún así nos topábamos con otro embarazo.

La primera secuela, Un Lugar en Silencio: Parte II (A Quiet Place: Part II, 2020), sigue al pie de la letra el camino trazado por la aventura original, hablamos de una suerte de versión invertida, léase conservadora o incluso derechosa, del reciente cine de izquierda de terror simbolizado en los tres grandes directores del presente del género, Robert Eggers, Ari Aster y Jordan Peele, todo a través de una fórmula retórica que combina la necesidad de mutismo absoluto para combatir a un enemigo ciego de No Respires (Don’t Breathe, 2016), pequeña maravilla de Fede Álvarez, un regreso a aquella ciencia ficción apocalíptica/ alegórica/ claustrofóbica/ irónica de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), una raza de monstruos que mezclan a los zancudos de El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982), de Jim Henson y Frank Oz, y la enorme dentadura del xenomorfo de Alien (1979), de Ridley Scott, y finalmente ese contexto semi bucólico que impuso en el mainstream y en el indie The Walking Dead desde 2010 y que ha generado convites como Hidden (2015), de los hermanos Matt y Ross Duffer, The Survivalist (2015), de Stephen Fingleton, Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016), de Dan Trachtenberg, y Viene de Noche (It Comes at Night, 2017), de Trey Edward Shults, panorama que por cierto nos deja el asunto servido para aclarar que en un principio se pensó en englobar a Un Lugar en Silencio dentro de la saga que comenzó con Cloverfield (2008), aquel exponente del found footage de Matt Reeves acerca de un monstruo incontrolable que arrasaba Nueva York a lo kaiju de Oriente.

A rasgos generales la trama continúa justo donde terminaba el eslabón previo, con la casa de la familia destruida y el patriarca muerto luego de inmolarse para salvar a los suyos de las garras de las criaturas no videntes aunque con un gran sentido de la audición, a través del cual cazan para alimentarse. Luego de un mínimo prólogo retrospectivo que transcurre durante el primer día de los ataques en un juego de béisbol y que le permite a Krasinski volver a calzarse los zapatos de Lee Abbott, la historia arranca con un nuevo peregrinaje de la parentela, ahora compuesta por la madre Evelyn (Emily Blunt), la hija adolescente sorda Regan (Millicent Simmonds), el muchacho Marcus (Noah Jupe) y un bebé recién nacido al que suelen colocar en una caja aislada/ acolchonada con oxígeno para que no se ahogue y sus llantos no atraigan a los engendros asesinos, todos eventualmente terminando en una fundición abandonada en la que vive un otrora amigo del clan que perdió a toda su familia, Emmett (Cillian Murphy), un ermitaño al que -respetando la lógica melodramática y/ o sensiblera de la franquicia- terminan convenciendo para que se convierta en una especie de sustituto del patriarca fallecido. Cuando Regan se marche en pos de descubrir qué oculta una transmisión radial repetitiva de Beyond the Sea (1945), canción compuesta por Charles Trenet e interpretada por Bobby Darin, la cual proviene de una isla, Emmett recibirá un encargo urgente de parte de la hembra, Evelyn, orientado a que le traiga de nuevo a la cría díscola que aún cree en la humanidad y tiene problemas en materia del sigilo obligatorio.

Como suele ocurrir con los productos industriales en los que la dimensión creativa está un poco por encima de las decisiones de marketing, publicidad y regiones aledañas, Un Lugar en Silencio: Parte II cuenta con buenas intenciones, pretende recuperar algo del suspenso acechante de antaño e incluso deja entrever un par de ideas potables que buscan aportar algo de novedad a la premisa, nos referimos al detalle de que los monstruos no pueden nadar, planteo discursivo que ha generado una comunidad de burgueses civilizados de isla en oposición a los salvajones del continente, y al plan de la chica de llegar a la estación de radio para transmitir la gran arma contra los enemigos, ese feedback de alta frecuencia que había descubierto Lee y que puede incapacitar a los monstruos para que los siempre cobardes seres humanos se aprovechen del momento de indefensión y les vuelen la cabeza de un escopetazo, precisamente como hacen todos los bípedos con cualquier animal al que juzgan dañino. Más allá de esos puntos a favor, más la buena actuación del elenco y la estupenda incorporación de un Murphy que sabe bastante de apocalipsis, recordemos films como Exterminio (28 Days Later, 2002), de Danny Boyle, Sunshine (2007), también de Boyle, y Retreat (2011), de Carl Tibbetts, la película en última instancia se siente como un espasmo sin demasiada vida o lógica de la primera parte porque la sorpresa desapareció por completo al igual que el misterio que rodeaba a los monstruos, ahora en pantalla con todo su repugnante CGI de manera permanente y generando un cansancio que no se puede negar ya promediando el metraje, cuando la catarata de clichés del “yermo inerte post debacle mundial” llega a la saturación narrativa. Entre la artificialidad involuntariamente hilarante del acervo digital en una obra que desea ser naturalista y la repetición de situaciones de peligro que no se diferencian en casi nada de sus homólogas de las cientos de realizaciones similares del nuevo milenio, salvo en lo que respecta al presupuesto inflado de Un Lugar en Silencio: Parte II, el opus de Krasinski pronto se convierte en una experiencia agridulce que acumula tantos pros como contras para finalmente caer en el olvido porque está destinado al espectador conservador y bien imbécil de nuestros días que siempre quiere más de lo mismo porque la verdadera novedad le genera rechazo y en el fondo sólo conoce estos tanques del mainstream más castrado, uno que reniega del sexo y la sangre y prefiere el sustrato higiénico pro “familia tradicional” del statu quo para siempre mantener la calma…