Un lugar donde refugiarse

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Idilio oscuro

No es recomendable ir al cine con prejuicios, pero si en los créditos coinciden un director como Lasse Hallström y un escritor como Nicholas Sparks, lo mejor es preparar el estómago para digerir un suculento melodrama.

Por cierto, "melodrama" es una palabra perfecta: música y drama. Aplicada en términos irónicos significa que la banda sonora subraya lo que se debe sentir ante cada situación concreta. Eso ocurre todo el tiempo en Un lugar donde refugiarse. Pero hay una buena noticia: no es lo más grave. Pasan cosas peores.

El grado de extorsión emocional al que puede llegar la sociedad Hallström y Sparks supera los niveles admitidos en una telenovela, lo único que se puede alegar a favor de ellos es que lo hacen seriamente, convencidos de que están elaborando un producto de calidad. Quieren ser artísticos, comprometidos, filosóficos y dejar un mensaje trascendente. Lo máximo que consiguen es un aforismo estampado sobre la fotografía de póster de la película.

La historia es simple: una joven mujer huye de la ciudad, aparentemente después de cometer un crimen, se sube a un colectivo rumbo al sur de los Estados Unidos, y decide quedarse en un pueblo costero llamado Southport. Allí conoce a un viudo, padre de dos hijos, con quien emprende una nueva vida, aunque el pasado sigue acosándola y tarde o temprano tiene que enfrentarlo definitivamente.

La trama, en cambio, es compleja, porque el guión está construido sobre la premisa de esconder información sólo para manipular la expectativa de los espectadores y no porque sea esencial a la narración o la mentalidad de los personajes. Así, la combinación entre idilio y thriller se desequilibra y el tiempo que se le concede a las peripecias del romance, la relación con los hijos del viudo y la feliz integración al pueblo resulte excesivo y cargado de escenas remanidas que ilustran el relato en vez de contarlo.