Un ladrón con estilo

Crítica de Diego Lerer - La Agenda

Despedida con estilo

Robert Redford retoma a algunos de sus personajes clásicos para encarnar a otro encantador de serpientes que hace del robo una de las bellas artes.

Más allá de que política e ideológicamente parezcan estar en veredas opuestas, Robert Redford y Clint Eastwood quizás sean dos caras de la misma moneda. Los dos últimas representantes de ese tradicional (anti) héroe norteamericano que el cine clásico (y el no tan clásico de los ‘70) nos hizo aprender a amar. Si bien sus carreras y sus vidas tomaron caminos muy diferentes a lo largo de los años, sus últimas películas –posiblemente sus mutuas despedidas del cine– los muestran muy cercanos, en roles e historias bastante conectadas entre sí.

Es que, como la reciente La mula, que Eastwood protagonizó y dirigió (algo que Redford, mucho menos prolífico como realizador, acá no hizo), Un ladrón con estilo celebra con cierto humor y liviandad al criminal de poca monta, al ladronzuelo (de bancos aquí, transportador de narcos allá) que se mete en peligros casi sin darse cuenta o hasta por placer. Aquí, Redford es un ladrón de carrera. No es, como Eastwood en La mula, alguien llevado al delito por una serie de circunstancias y necesidades. Redford lo hace porque ama el engaño, el pase de magia que implica el robo y la trampa permanente. Y lo ha hecho desde que tiene memoria. Estuvo muchas veces en prisión, pero cada vez que sale no puede evitar volver a la acción, ni aun cuando una relación amorosa parezca hacerlo cambiar de vida. Es un viejito pícaro, sí, pero también un profesional consumado que parece saber muy bien lo que hace. Y cómo hacerlo.

A lo largo de esta entretenidísima película dirigida por David Lowery –un realizador de una carrera muy cambiante en estilos, pero muy pareja en logros– Redford retoma un poco sus personajes de Butch Cassidy And The Sundance Kid y, especialmente, el de El golpe, para encarnar a otro encantador de serpientes que hace del robo una de las bellas artes. Es de esos tipos que, cuando la víctima se descubre robada, más que enojo le genera una sonrisa por el talento del ladrón para el engaño sutil. Forrest Tucker fue un personaje real y la película se inspira en la vida criminal que llevó en su última etapa, alrededor de 1980. Ladrón de carrera, fue preso 16 veces y se escapó… 16 veces. Ha robado más bancos de los que recuerda. Y nada que se parezca a la culpa lo atraviesa.

A lo largo del tiempo que cuenta el film de Lowery, que sigue a su última fuga y a su reinicio en la carrera del crimen, iremos conociendo cosas de su pasado, pero también lo veremos en un presente en el que un incipiente romance (con otra genial actriz como es Sissy Spacek, en escenas compartidas que son un deleite) lo hace dudar qué le provoca más placer: si el amor y el compañerismo de una querible pareja o seguir haciendo el cuento del tío y robando lo que le pongan por delante. Ya verán lo que sucede.

Mientras tanto lo persigue un agente texano (Cassey Affleck) de manera similar a la que Bradley Cooper lo hacía con Clint en La mula, aunque con mucha más info sobre él –aunque no sepa cómo ni pueda usarla–. Forrest y su bandita de veteranos del gremio (los geniales Tom Waits y Danny Glover) van armando sus pequeños y no tan pequeños robos que Lowery encara y filma de manera efectiva pero liviana, sin cargar demasiado las tintas dramáticas ni policiales. Para que se den una idea: Tucker nunca llevó un arma cargada a un robo.

Lowery homenajea en el tono que usa aquí las citadas películas de bandido simpático y querible que cimentaron buena parte del mito de Redford. Y Un ladrón con estilo se convierte en un homenaje a ese tipo de cine, con esa escala, esa humanidad, esa compresión de la lógica y características de sus protagonistas que son las que llevan adelante un relato. Sé que esto suena a nostalgia por un cine que parece perdido y es casi irrepetible, pero Lowery filma hoy, y si bien su encantadora película lleva puestas las comillas del homenaje, ya ha dejado en claro en otros films suyos como el reciente Mi amigo el dragón (y otras más indies como A Ghost Story) que lo que más le interesa es construir a sus personajes de manera tal que el resto fluya casi solo. Tucker/Redford se planta frente a una cajera de un banco y el resto de la película surge sola. Como de ese sueño nunca del todo suplantado por los efectos especiales llamado cine clásico.