Nerve: un juego sin reglas

Crítica de María Paula Rios - Cinepapaya

Luces de neón, adrenalina y corazones digitales que se disipan ante una resolución floja y conformista.

En la vida nos encontramos ante dos posiciones: somos observadores o jugadores, y esta es la premisa de Nerve, un juego que es una especie de reality show, vía web, en el que las reglas son pocas, pero las demandas muchas. En esta coming age tecnológica, el reconocimiento y la fama es lo más deseado por los adolescentes. Esa cuestión de pertenecer y encajar con algo o alguien prima, y por supuesto estas emociones también las experimenta Vee (Emma Roberts), la protagonista.

Vee es algo conservadora en sus sentimientos y acciones debido a que viene de una situación familiar algo complicada, como la muerte de su hermano adolescente. Pero un día su furia contenida irrumpe y se decide a ser jugadora activa de este reality informático. El tema es ir cumpliendo desafíos y a medida que estos se efectúan se va engrosando la cuenta personal del participante. Cabe destacar que es una plataforma sin dueños ni legalidad alguna, todo se rige por la lógica y el anonimato de la virtualidad.

Pero lo que comienza con un simple beso en público se hace cada vez más peligroso, hasta llegar a situaciones extremas. Un juego del que será difícil escapar. La película comienza muy acertada, ritmo ágil, bien presentados los personajes y el entorno —la típica trama de adolescentes—, muy buena música, y toda la estética aplicada a la tecnología.

Aplicada ya sea desde el punto de vista, que va cambiando constantemente, puede ser desde un ordenador, una cámara de seguridad, un celular, una TV…aquí la tecnología es una protagonista más. O desde una fotografía con profusos colores fluorescentes, donde resaltan las luces de neón, lo cual remite al croma de una pantalla de una computadora o celular.

El problema es que la narración se perturba hacia el final de la película. En el momento que comienza el desenlace, esa adrenalina que veníamos experimentado in crescendo se desploma. No solo porque la resolución es demasiado perezosa (y un tanto inverosímil), sino también porque recae en un discurso moral sobre el abuso de la red y sus fatídicas consecuencias, demasiado flojo y conformista.