Un hombre serio

Crítica de Santiago Armas - ¡Esto es un bingo!

Aceptar el misterio

Una vez finalizado el último plano de Un hombre serio seguido de la aparición inmediata y violenta de los títulos de crédito finales, una sensación de déjà vu entró en mi cerebro. Ese malestar que había entre los espectadores mientras se paraban de las butacas del cine (¿viste que hay cosas peores en la vida?, decía un hombre sentado delante de mí) ya lo había vivido, y fue después de ver Sin lugar para los débiles, un par de años atrás, lo que también me llevó a recordar la cara de asombro de la gente en la butaca una vez terminada El hombre que nunca estuvo, y así podemos seguir con El Gran Lebowsky, Barton Fink y otras tantas películas de los hermanos Joel y Ethan Coen.

Es entendible el grado de distanciamiento que genera cada película de este particular dúo de realizadores. Lo que debe ser entendido cuando uno entra a ver un film de los Coen es la plena conciencia que genera en nosotros, los espectadores, el grado de manipulación que ellos ejercen sobre el relato que están contando. Los Coen se ponen siempre por arriba de sus personajes, jugando con ellos como si fueran soldaditos de juguete con un grado de humor negro e ironía que por momentos llega al sadismo y a la misantropía absoluta. En pocas palabras, los Coen se consideran los dioses de su propio universo cinematográfico. Ya se trate de las peripecias de un hippie drogón que busca recuperar su alfombra o de un peluquero de vida vacía y carente de emociones, los directores se encargan de llevar a sus criaturas por el camino que ellos quieren. En definitiva, lo que los Coen intentan mostrar son los hilos de sus relatos, hacer sentir la idea de que en el cine siempre (y por más invisible que pueda ser), siempre hay alguien por arriba del relato que tiene la capacidad de mover esos hilos a su antojo.

Lo que nos lleva a Un hombre serio. La idea del caos, la incertidumbre y el libre albedrío nunca fueron ajenos al cine de los hermanos. Ya sean en los filmes donde trabajaban bajo los códigos del policial negro como Simplemente Sangre y Fargo o en esa revisión genial del cine de Frank Capra que es El gran salto. Pero lo que siempre fue una manipulación y un juego de marionetas bajo las reglas propias de los géneros cinematográficos (la screwball comedy de El amor cuesta caro, el musical de ¿Dónde estas, hermano?, el cine de gangsters de Miller’s Crossing) la última etapa de los Coen los traslada a un salto más profundo dentro de esta reflexión. Con Sin lugar para los débiles, Quémese después de leerse y Un hombre serio los hermanos llevan la idea del caos y del control absoluto de su narración hacia niveles que van más allá del mundo cerrado creado por los realizadores. Ahora la apropiación de los recursos narrativos del cine es utilizada en pos de contar algo que va más allá de los límites del propio cine. Están tratando de hablar del mundo de hoy.

En el caso particular de Un hombre serio los Coen se meten con la religión, la judía para ser más exactos. La idea de mostrar cómo el protagonista del film, el profesor de física cuántica Larry Gopnik, sufre todo tipo de tropiezos y reveses tanto familiares como profesionales en el transcurso del film, no es simplemente el comentario de los directores sobre la presencia o ausencia de un ser superior que decide los destinos de las personas, sea este católico, judío, musulmán o quien sea. Como decía anteriormente, uno sabe que los únicos dioses en una película de los Coen son los propios hermanos Coen.

Hay en mi opinión tres momentos claves de la película, dos de ellos ocurren cuando Larry acude al consejo de un par de rabinos para que le den la respuesta a su actual crisis existencial. En principio estos encuentros son jugados por los Coen como gags que parecieran establecer una crítica a ciertas costumbres propias del judaísmo, pero hay algo más ahí. En la primera reunión un rabino adolescente le aconseja a Larry que vea las cosas de forma más abierta, le ofrece una perspectiva diferente (“¡mira ese estacionamiento!”), mientras que en el segundo encuentro el rabino, mayor y supuestamente más respetado que el primero, le cuenta una anécdota, la del dentista que encuentra una palabra en hebreo (“¡Ayúdame!”) tallada de los dientes de un goy, y cómo eso lleva al mismo dentista a una búsqueda exhaustiva acerca del significado de tamaña revelación, para encontrar que en realidad no hay ningún significado en particular. Por último, la escena más reveladora del film se da previamente, cuando Larry tiene un encuentro con un estudiante oriental que quiere sobornarlo para obtener una nota alta en su examen final. Cuando Gopnik le pregunta al joven si efectivamente el sobre con dinero fue puesto en su escritorio por él, el estudiante le responde que “acepte el misterio”. En estos momentos mencionados pueden encontrarse dos claves para intentar comprender no solo la película sino a los Coen en general. El primer encuentro habla de ver más allá de lo mundano, de tener la decisión de ofrecer más de una mirada sobre lo que presenciamos. Ese consejo no solo se aplica a Larry, sino a nosotros como espectadores, el ver mas allá, el encontrar algo diferente a lo que ven el resto de las personas. El segundo encuentro habla de tener la necesidad de buscar una explicación para los fenómenos que nos rodean en la vida, aunque ello implique que no vamos a obtener una respuesta segura a esos cuestionamientos.

El final de Un hombre serio nos llena de preguntas, y nos obliga a trabajar hacia atrás para encontrar una interpretación a aquello que acabamos de ver. ¿Será Larry castigado por tomar una decisión moral por primera vez en su vida? ¿O lo será su hijo? ¿O un evento no tiene nada que ver con el otro y son nada más que circunstancias de la vida que no tienen una verdadera explicación? ¿Y qué relación tiene ese prologo dentro del relato principal? La verdad es que yo no sé la respuesta, como tampoco sé si mis interpretaciones sobre Un Hombre serio y sobre el cine de los Coen son las correctas o son puras divagaciones, pero de algo creo estar seguro, y es que al menos me cuestiono lo que veo, y teniendo en cuenta lo extraño e inexplicable que es el universo hoy día, con terremotos, tsunamis y demás, prefiero no tener la respuesta. “Aceptar el misterio” como se le dice.