Un hombre serio

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Cuando todo está mal, puede estar (y estará) peor.

El prólogo de Un hombre serio, la nueva película tragicómica de los hermanos Coen, ratifica su habilidad narrativa. Saben como construir secuencias y captar nuestra atención, para ir generando un climax que generalmente suelen rematar con humor negro. En esta ocasión, vemos como una pareja judía recibe una maldición, según la mujer. El marido fue visitado por un espíritu maligno. El desarrollo y la conclusión de esta mini-historia es una rotunda prueba de por qué los Coen son unos grandes cineastas. Uno podría argumentar que el humor negro a veces es excesivo, demasiado malicioso y cruel (como en la insufrible Quémese después de leerse) y otros festejarán la "inteligencia" para crear tales situaciones.
Sin abandonar ninguna de las marcas autorales que vienen generando (desde la malicia contra sus sufridos personajes, pasando por el equipo técnico, los planos, y los terceros actos "inconclusos" hasta el diálogo punzante y mordaz) hicieron la que podría ser, hasta ahora, su película más personal. Es una suerte de Ley de Murphy exagerada en la vida de un judío, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg). Todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Larry es un profesor de física al que las cosas no le empiezan a salir bien. Su mujer quiere divorciarse, que Larry cumpla el ritual, de lo contrario sería una gett. El hombre por el que lo va a dejar es Sy Abelman, un tipo entrado en años y fuera de forma. No sólo quiere el divorcio: también le pide a Larry que abandone el hogar.
El profesor de física también debe afrontar otros problemas: su hijo está a punto de hacerse hombre en su Bar Mitzvah y a escondidas, fuma marihuana y le debe dinero a un compañero del colegio. Su tío vive también en su casa, y para colmo, está medio loco. Y tiene problemas con la policía. Sy Abelman no para de aconsejar a Larry sobre cómo tomar este momento de separación, y su voz tranquilizadora no tiene, precisamente, el efecto deseado. Ah, y tiene que además, arreglar la antena de su casa.
En la escuela las cosas no van mejor: un alumno coreano quiere sobornar a Larry para que cambie una nota (una F, con la cual no puede conseguir la beca). Larry se altera y dice "Todas las acciones tienen consecuencias". "Quizás" responde el coreano. "No, en esta oficina, las acciones siempre tienen consecuencias". Ese diálogo, como muchos de la película, tiene una importancia fundamental para el tercer acto, que es, a ojos de este crítico, uno de los más emotivos y potentes de los Coen, impulsado por el tema Somebody to love, de Airplane. Además, el profesor tiene problemas económicos, y una serie de cartas anónimas pone en duda su continuidad laboral.
En la búsqueda por la ayuda, Larry recurrirá a distintos rabinos. Mientras que alguno es muy joven y sólo complica aún más las cosas, otros son muy viejos y ya no lo quieren atender. El protagonista duda de la existencia de Hashem, Dios, y cómo este obra. Su vida es una catarata de desgracias. Sin embargo los Coen se permiten diálogos emotivos como el del hermano de Larry (Arthur, o Richard Kind) que parecen vivir en un mundo más complicado. No es una simple solución del tipo "la vida de este es peor" sino, solo una visión más.
Si el personaje de Woody Allen en Dos extraños amantes o Hannah y sus hermanas se sentía siempre perseguido, paranoico y reflejaba el estado emocional de un judío neoyorkino, los Coen tratan de ir un poco más allá, y fieles a su estilo (sin el matiz romántico de Allen) dejan fluir todas las calamidades sobre Lawrence. Este, además, mientras trata de digerir todos los problemas, se encuentra con otros nuevos. Su vecina que reposa al Sol desnuda, es una tentación para él. Al mismo tiempo, la familia de ella, parece no ser del todo amigable con los judíos (o así lo imagina él).
Si bien hasta ahora todas son loas para la película, el puntaje debe ser también, razonable. Para empezar, los Coen decidieron narrar todo de manera episódica. Casi como el cuento del principio con el dybbuk. Algunos "episodios" están más logrados que otros. El relato del dentista y el goy, por ejemplo es más memorable que el montaje paralelo que es desconcertante (en un mal sentido) del accidente automovilístico. Eso también quita un poco del poder emocional a la película. Pero de todas maneras, el ignoto Michael Stuhlbarg, con pequeños detalles, como ojeras y el pelo despeinado se encarga de darle continuidad orgánica a todo el relato. No sólo eso, el actor logra transmitir humanidad en medio del hermetismo típico de los Coen (algo que sólo grandes actores, como Jeff Bridges en El gran Lebowski, consiguen). Decididamente, merecía una nominación al Oscar.
En cuanto a los rubros técnicos, todo está más que bien. La música fría y casi apocalíptica de Carter Burwell congenia de manera estupenda con el estilo de los directores de Educando a Arizona. Roger Deakins demuestra una vez más por qué es uno de los directores de fotografía más grandes con vida. Y los Coen, hacen una más que buena película. Algunos abrazaran esta historia tan personal, ubicada en la década de 1960, en Minnesota. Otros, encontrarán una de las más herméticas y cerradas películas de los hermanos, fría y cruel (y los que festejan su ingenio, por el contrario, verán una de sus pequeñas joyitas). Polarizadora de audiencias, sin duda.