Un hombre serio

Crítica de Marina Yuszczuk - ¡Esto es un bingo!

El apocalipsis en un comic

La impresión en la mente, después de haber visto la última película de los Coen, es la de haber pasado las hojas de un álbum de fotos. Pero no, habría que precisar: un álbum de caricaturas, donde lo más importante es el tipo físico y el gesto. Eso, gestos. Es algo raro ese cine hecho de fotos, increíblemente estático, y además retro. Lo que se cuenta en este largo comic –ahí está, imagínense un comic- es el sentimiento catastrófico de la vida que supuestamente tiene la cultura judía convertido en un chiste.

Un hombre serio toma a Larry Gopnik en el momento preciso en que todo empieza a desmoronarse a su alrededor. No es que Larry fuera un tipo particularmente feliz o exitoso: él simplemente se dedicaba a estar ahí, a cumplir con sus pequeños roles como profesor y padre de familia, con la tranquilidad de quien vive en un orden. Ese orden es precisamente el que empieza a quebrarse desde el momento en que su esposa le dice que quiere dejarlo para casarse con otro. Como Larry no es un tipo de reacciones fuertes, el resto de los personajes –y también los directores- lo tratan como quien reacomoda una ficha en un tablero, y se dedican a pasarlo por encima. A partir de ese resquebrajamiento inicial se desencadena la sucesión de desgracias: los hijos que se pelean, el hermano perdedor que es buscado por la policía, el ascenso en el trabajo que se ve amenazado por las sospechas sobre la moralidad de Larry, desgracias que el único cambio que provocan en el personaje es que su gesto de cara fruncida cada vez sea más fruncido.

Todos los personajes están construidos a partir de un rasgo único, expresado en un gesto visible. Como dije antes, esto puede tener que ver con la estética de la tira cómica, donde este modo de construir a los personajes para hacer sátira con ese solo rasgo funciona a la perfección. Pero el problema con Un hombre serio (porque no se trata de ninguna manera de que el comic sea inferior al cine) es que ese recurso sostenido a rajatabla termina haciendo de esta película algo pobre, en parte porque la pretensión de extender durante dos horas lo que podría caber en unas pocas viñetas da como resultado, después del entusiasmo inicial, una película repetitiva y boba. El precio que se paga por hacer esta historieta divertida es que cualquier tipo de complejidad está decididamente ausente. La lógica de la película es la pura acumulación, en un crescendo de desgracias que en un momento ya empieza a aburrir, y cuyo tipo de humor tiende a lo burdo (si quieren ver un par de chistes de judíos más sofisticados vean la serie Curb your enthusiasm, pero no busquen por acá, porque esto está más cerca de los chistes de Norman Erlich). Las entrevistas con los rabinos son el ejemplo perfecto de esto. En cada una la cara del rabino es más bizarra que en la anterior, y los primeros planos sobre esas caras son casi lo único que da risa, salvo que a uno le parezca ingenioso que el rabino le diga a Larry como solución a todos sus problemas algo así como “Tenés que mirar la vida desde otra perspectiva, por ejemplo, si mirás por esta ventana, ¿qué ves? El estacionamiento”.

A mí personalmente no me interesa este cine que es tan poco cine, cuya historia se recuesta casi por completo en el chiste de que alguien espere la catástrofe y la catástrofe finalmente llegue, y en cuyos planos hay poco para ver, salvo una serie de caras caricaturescas y un par de sillones floreados muy sixties. Hace poco alguien me dijo que los Coen están sobrevalorados, y con esta película empecé a pensar que en una de esas esa persona tenía razón. Acá, la estética retro y minimalista –impecable- se explica tal vez porque los Coen necesitaban extremar el grado de artificialidad de la película como para que sus chistes quedaran como los chistes que realmente son y no se convirtieran en una reflexión sobre la condición humana, sobre la religión judía ni sobre nada. Ojo, Un hombre serio es graciosa en muchos momentos y se disfruta pero no deja de ser una película fácil, que se ríe de un hombre serio porque propone sin vueltas que lo único que importa es eso: la risa. A cualquier precio y para nada.