Un hombre serio

Crítica de Juan Pablo Ferré - CinemaScope

Los Coen, en busca de enemigos

Lo único que se puede decir a ciencia cierta a partir del visionado de un filme como Un hombre serio -nominada al Oscar como mejor película, más por los Coen que por lo que se ve en la pantalla- es que estos dos hermanitos irreverentes están en un punto de su carrera en el que se animan a hacer cualquier cosa. No es que Un hombre serio sea el primer largometraje de su carrera que deja a los espectadores con más dudas que certezas (pensemos en Barton Fink o The hudsucker proxy, quizás las más similares a su nuevo trabajo dentro de su historial) pero sin dudas es una de esas películas que hacen que los desprevenidos se levanten de su butaca y abandonen el cine.

Cuenta la historia de Larry Gopnik, un profesor de física que está pasando por un momento bastante malo y no puede entender por qué: su mujer quiere el divorcio, sus hijos están entre la superficialidad y la indiferencia total, su hermano (que vive con él en su casa) está enfermo y tiene algunos problemas de adicción, alguien envía cartas a su trabajo para sabotear su ascenso y un estudiante lo quiere sobornar para que lo haga pasar de curso. Cada problema le va cayendo encima con su peso específico y Larry, que encima tiene problemas de dinero, se va abrumando cada vez más. Michael Stuhlbarg -nominado al Globo de Oro por su papel- interpreta a este personaje con maestría, soportando y sonriendo ante cada nueva contingencia y al mismo tiempo transmitiéndonos esa desesperación de que se está hundiendo pero que siempre mantiene viva la última llamita de esperanza. El elenco que lo acompaña -formado por un grupo de ilustres desconocidos, salvo quizás por algunas caras mínimamente familiares como las de Richard Kind, George Wyner y Simon Helberg, de la serie The big bang theory- cumple muy bien su labor, lo que vuelve a mostrar la buena mano que tienen los Coen para la dirección de actores.

A partir de todos los inconvenientes que sufre el personaje principal, uno podría imaginarse una típica comedia de enredos en la cual el protagonista comete algún exabrupto y se va metiendo en cada vez más problemas. Este no es el caso, en absoluto. Los problemas le llueven sin que Larry pueda reaccionar y su única idea ante tanta mala suerte es visitar a algún rabino para que lo aconseje. Cuando su mujer le pide que se vaya de la casa para que ella pueda vivir con el hombre con el que se casará luego del divorcio, Larry acepta. Tampoco hace nada al ver que sus hijos no le hacen caso y ni siquiera le prestan atención. El vecino está intentando robarle parte del lote que le pertenece a su propiedad y él apenas si se anima a ir a charlar. Todo se va sucediendo para que Larry sea a cada minuto más desafortunado y aún así, no pueda ni siquiera imaginarse una manera de solucionar alguno de sus problemas. Las decisiones del personaje se pueden aceptar, como las de cualquier otro, porque son creíbles. Larry es así, timorato, sumiso. No hay nada en el que nos indique que sea capaz de enfrentarse con sus problemas. Pero lo que sí nos demuestra es que esta no es una comedia pura. Si nos reímos es ante las desgracias del protagonista, las ocurrencias de algún personaje secundario o algunos buenos momentos en los diálogos que nos sacan de un semi letargo provocado por una narración detallista y solemne, como en la secuencia en que el padre del estudiante coreano que soborna a Larry va a visitarlo para amedrentarlo, las escenas de sueños o los gags que funcionan por repetición (-Un gett. -¿Un qué?). Pero esos son sólo pequeños oasis en una narración bastante lenta, con planos largos en los que los personajes no hablan, sólo miran o son mirados, y se toman su tiempo para actuar.

Si hay un problema que tiene este film es que es una película hecha por judíos, protagonizada por judíos y, hasta cierto punto, para judíos. Lo que, indefectiblemente, deja a todo aquel que no es judío un tanto afuera, por no tener las herramientas suficientes para apreciar el tono satírico, burlón, que sobrevuela la narración y que la hace lo que es.

Los Coen han cosechado bastantes fanáticos durante su carrera. Dentro de su peculiar filmografía podemos encontrarnos con comedias, thrillers, películas de la mafia, dramáticas, de intriga, de todo. En sus últimas dos incursiones cinematográficas habían logrado dividir las aguas como nunca, en primer lugar, al ganar el Oscar con Sin lugar para los débiles, esa tremenda película que hablaba sobre la violencia de estos tiempos, y, en segundo lugar, con Quémese después de leerse, una comedia absurda sobre la estupidez norteamericana. En ambos casos, los Coen lograron cosechar una gran cantidad de enemigos, quizá por alejarse un poco de las convenciones del típico cine hollywoodense. Si aquellas películas no habían logrado que el espectador promedio decidiera dejar pasar a los Coen, Un hombre serio lo logrará, con su lentitud, su género inclasificable y su peculiar narrativa, enigmática, inconclusa y hasta desconcertante por momentos.

Un hombre serio no es una mala película, en absoluto. Tiene el sello de los Coen -amplio y difícil de describir- en su alejamiento de lo esperable y en el terreno de lo visual, y logra por momentos hacer reír, más porque esperamos un chiste que porque el chiste esté allí. Con un gran elenco y la dirección estilizada de dos directores ganadores del Oscar, el filme tiene un grave problema: quizás sea buena, pero de tan extraña y difícil de abarcar, termina siendo imposible de recomendar.