Un hombre perfecto

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Esta producción tiene como puntapié inicial una idea que en los últimos años ha ido creciendo hasta conformar varias versiones, una alemana “Lila, Lila” (2009), una hollywoodense, “Palabras robadas” (2013), ahora le toca el turno a Francia.
Y si la segunda era casi un calco de la primera, en que el motor que impulsa al personaje es la fama, casi dejando de lado el costado romántico. En ésta parece, además, inmiscuirse en el texto algo de lo establecido por Woody Allen en su “Match point” (2005) que no es sólo fama, sino la escala social.
A sus 25 años Mathieu Vasseur (Pierre Niney) sigue intentando, pugnando, soñando, con ganar prestigio con su faceta artística. Quiere ser escritor, reconocido como tal, pero el éxito requiere 90% de esfuerzo, siempre y cuando tengas el don de origen adscripto en ese 10% faltante al que llaman talento
No consigue que ninguna editora le publique nada. Mientras tanto, se gana su sustento en la empresa de mudanzas de su tío.
Es así que, por una de esas cuestiones de azar, su destino dará un vuelco cuando en medio de sus labores se encuentre con un manuscrito del anciano solitario que acaba de morir. Después de leerlo, se sabe frente a una maravilla literaria.
En un primer instante se muestra cauteloso, duda, hasta que la ambición le gana a sus escrúpulos y la entrega como si fuese el autor. (Max Brod hubo uno solo, y murió en 1968).
El éxito es inmediato. Convertido en la nueva figura prominente de la literatura francesa, en una realidad que nunca fue promesa. Mientras le llueven propuestas para su segunda novela puede hacer contacto, fama mediante, con el promotor de su insomnio en formato de mujer, Alice Fursac, (Ana Girardot), perteneciente a la clase alta intelectual y económica pero por valor propio, toda una filóloga establecida y reconocida.
Lo que sigue es un recorrido de Mathieu, su acceso a los círculos a los que creía que debía pertenecer sin merecerlo, hasta que se hace presente el pasado, no el propio, sino en el cuerpo de un testigo que sabe de su fraude.
A partir de este encuentro pasa por ser un buen ejemplo del cine de suspenso, tal cual una gran bola de nieve en el que Mathieu quiere sostener el engaño, lo que pone al espectador ante la pregunta de cómo, cuando, donde, o si será descubierto.
En el cómo nos van contando, es que el director se muestra deudor del cine de Claude Chabrol o de Alfred Hitchcock, alcanza un cierto clima de tensión, más provocador que insinuante, o turbador, colocando al protagonista de la historia como martirizado por sus propias decisiones, cuando pierde el control de la situación, inevitablemente, produciendo un giro inesperado en el relato que lo aleja de sus antecesoras. No mucho más. Algo ya visto, con final diferente.
De estructura lineal, progresiva, sin demasiados artilugios lingüísticos, no promueve nada fuera de lo cotidiano y ya visto en lo que se suscribe al género, digamos un correcto trabajo de montaje, buena banda de sonido, el diseño de arte puesto a permitir que lo que aparezca en pantalla se vea dentro del orden de lo natural.
Todo esto sustentado por una gran actuación de su principal protagonista, muy bien acompañado por los secundarios, de entre los que se destaca Ana Girardot, portadora de un nombre que la acerca a la gran actriz francesa Annie Girardot, pero con la que no tiene ningún parentesco.