Un hombre llamado Ove

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El sueco Hannes Holm es un cineasta de películas pensadas para grandes audiencias desde la comedia y el drama clásicos: “Un hombre llamado Ove” es su último trabajo, una cinta nominada a los últimos Premios de la Academia que cumple con el objetivo de entretener y emocionar, a partir de una premisa, pizcas de humor negro y emoción prototípicos pero eficaces.

La cinta vuelve al subgénero del “viejo gruñón”, que ha sido realizado de modo más creativo en otras oportunidades (“Mejor imposible”, “Gran Torino”, “Up”) que en la cinta de Holm, que reitera varios de los lugares comunes de estas mejores versiones: un viudo amargado por la muerte de su mujer, la sonriente Ida Engvoll en plan “Amelie”, intenta quitarse la vida, pero el destino y sus molestos vecinos (una colección de personajes secundarios logrados, aunque algo unidimensionales y un poco obvios en su “diversidad”) continúan interponiéndose.

La premisa permite al director un prólogo marcado por las risas incómodas, pero la cinta deviene en un drama emotivo pero convencional: hay algo de Ikea, de ensamble de manual (o quizás se trate de un prejuicio de quien escribe con los suecos) en la cinta, una convivencia forzada, prefabricada, entre los salpicones de humor negro y el previsible drama que subyace, que previenen que la película de Holm se eleve por encima de la media.

La cinta vuelve al subgénero del “viejo gruñón”, que ha sido realizado de modo más creativo en otras oportunidades (“Mejor imposible”, “Gran Torino”, “Up”) que en la cinta de Holm, que reitera varios de los lugares comunes de estas mejores versiones: un viudo amargado por la muerte de su mujer, la sonriente Ida Engvoll en plan “Amelie”, intenta quitarse la vida, pero el destino y sus molestos vecinos (una colección de personajes secundarios logrados, aunque algo unidimensionales y un poco obvios en su “diversidad”) continúan interponiéndose.

La premisa permite al director un prólogo marcado por las risas incómodas, pero la cinta deviene en un drama emotivo pero convencional: hay algo de Ikea, de ensamble de manual (o quizás se trate de un prejuicio de quien escribe con los suecos) en la cinta, una convivencia forzada, prefabricada, entre los salpicones de humor negro y el previsible drama que subyace, que previenen que la película de Holm se eleve por encima de la media.

También prediseñada parece la estética “de suburbio” del cineasta, una prolijidad artificial que busca reflejar el esquematismo de su personaje: debajo de esa rigidez de Ove, como detrás de los pasos de comedia, Holm anticipa un océano de emociones cotidianas pero turbulentas, pero solo algunas de las tristezas reveladas cuando la colección de vecinos heterogéneos consiguen romper los diques emocionales de Ove, consiguen quebrar ellas mismas lo formulaico (por momentos, incluso, la vida pasada de Ove, los recuerdos de las muertes de sus padres, su relación con los chicos, la presencia del gato y su vida con su mujer, son como el horóscopo: impersonales a propósito, para que más gente pueda sentirse identificada por ese trazo grueso).

La película de Holm es sin embargo amable con sus criaturas, y el relato fluye, divierte y hasta emociona entre los intentos fallidos de Ove, las historias mínimas de sus vecinos y alguna lágrima que se escapa aún al reticente que ve artificio en el dramón de ese viejo gruñón.