Un hombre en apuros

Crítica de Gimena Meilinger - Cuatro Bastardos

Un Hombre en Apuros: Descansaré cuando esté muerto.
El talentoso Fabrice Luchini interpreta una historia basada en el soberbio directivo de Peugeot, Christian Streiff, que tras haber sufrido un ACV a causa del estrés, fue despedido de la empresa.
Escrita y dirigida por Hervé Mimran, la película francesa es una vaga adaptación del libro de “J’étais un homme pressé: AVC, un grand patron témoigne” (en español, “Era un hombre apurado: accidente cerebrovascular, testimonio de un gran jefe”), de Christian Streiff.
Habitualmente, las historias basadas en la vida real, buscan dejar una moraleja en el espectador para que no cometa ese mismo error o preste atención a cómo los personajes sobreviven a las situaciones por las que pasan. En este caso, el exitoso jefe de la compañía automotriz, estresado, incansable, ansioso, exigente y extremadamente soberbio, es víctima de un derrame cerebral que lo obliga a frenar antes de lo previsto, aun cuando su frase de cabecera era “Descansaré cuando esté muerto”.
“Un hombre en apuros” (“Un Homme Pressé”) narra la historia de Alain Wapler (Fabrice Luchini), un brillante hombre de negocios que vive acelerado con su jefatura en una compañía automotriz y destratando a todo aquel que le pasa por el lado, su chofer, su sirvienta, su secretaria, y hasta su hija Julia (Rebecca Marder), que no le perdona haber dejado morir a su madre sola.
Abatido por el estrés, sufre un derrame cerebral que le afecta los centros del lenguaje y la memoria, por lo que es atendido por una terapeuta que le debe enseñar de nuevo a comunicarse, mientras detiene abruptamente su ritmo de trabajo y comienza a reconectar con sus vínculos. Debido a su accidente, es echado de la empresa y tiene que reajustar su vida para tener un nuevo futuro.
Fabrice Luchini – “Dans la maison” (2012), L’Empereur de París (2018) – logra una interpretación impecable del jefe odiado por todos, la terrible relación con su hija y su posterior, y bastante inexplicable, viaje de autodescubrimiento por el “Camino de Santiago”.
Resulta entretenido el vínculo que se crea con su terapeuta del habla Jeanne (Leila Bekhti), una chica adoptada que está buscando a su madre biológica, que no se deja amedrentar por los maltratos de Wapler.
Aunque se trabaja con respeto el tópico del tipo millonario y soberbio que, ante enfermedad o accidente, se vuelve humilde y hasta cariñoso, termina cayendo una y otra vez en los clichés del género, sin mostrar nada nuevo. Lamentablemente, además, se mezclan unas historias paralelas que no llegan a ningún lado, la terapeuta del habla que intenta conocer a su madre biológica y la relación entre esta chica y un enfermero de la clínica que está enamorado de ella.
Algo es seguro: si se hubiese dedicado más esmero en darle profundidad a su protagonista, a su miedo por no poder volver a ser quien era, sus vínculos familiares y la manera en que lo obligaron a irse de la empresa, hubiera sido una película disfrutable y hasta enriquecedora. Así, es una historia que no requiere más atención que cualquier otra de este subgénero que ya se haya visto, salvo por la presencia de su actor protagonista.