Un gran dinosaurio

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Amigos son los amigos

Ante todo y más allá de florituras y alardes visuales, “Un gran dinosaurio” es una película sobre la amistad y la superación personal. En este sentido, podría decirse que tiene mucho más de Disney que de Pixar, ya que sigue de manual los tópicos de, por caso, “Dumbo”, “Bambi” o las más recientes “El rey león”, “Hércules” y “Mulan”. La vida impone desafíos que hay que aprender a confrontar para madurar, es necesario vencer los miedos para salir adelante, se debe valorar a los amigos y a la familia. Y un largo número de etcéteras. El propio director, Peter Sohn, lo sintetizó en una entrevista concedida al diario La Nación: “Es una película de supervivencia y no lo sería si todo fuera fácil para Arlo”.

“Un gran dinosaurio” parte de una premisa que tiene mucho potencial, no del todo aprovechado: el meteorito que —supuestamente— hace 65 millones de años destruyó la vida en la Tierra y acabó abruptamente con la era de los grandes saurios, se desvió. De modo que las criaturas antediluvianas evolucionaron y se convirtieron (al menos en el minúsculo fragmento del mundo que nos muestra la película) en una especie agrícolo-ganadera que se divide en clanes. Arlo es un Apatosaurus débil que vive en una granja con su familia. Las labores son duras y le cuesta mucho cumplirlas, lo cual le genera riñas con su padre, un curtido patriarca. Hasta que le imponen la tarea de atrapar a un niño humano (aquí, por la subversión de la escala evolutiva, convertido en una criatura rapaz) que les arrebata las provisiones. Inesperadamente, Arlo y este pequeño salvaje se harán amigos y esta relación basada en la lealtad los llevará a un viaje inesperado y lleno de aventuras. Argumento manido, pero no por eso menos efectivo.

Guiños y personajes

Hay en varios momentos de “Un gran dinosaurio” guiños a otras películas, pero están algo forzados. El más evidente es el que se hace a “El rey león”: no sólo en la secuencia del accidente fatal del padre de Arlo, sino más bien en el tono general de la historia, centrada en un joven “desterrado” que regresa para recomponer el orden en sus dominios, influido por el mandato ancestral. Pero también aparecen referencias a los western de John Ford o de Howard Hawks, que se expresa en la aparición de un grupo de Tyrannosaurus rex ganaderos, que al mejor estilo de John Wayne y Montgomery Clift en “Río rojo”, conduce a una manada de mamíferos similares a bisontes por la pradera para evitar a los cuatreros. Todo eso en un entorno natural recreado a la perfección que remite a Monument Valley, donde Ford filmó sus grandes obras.

No obstante, queda la sensación de que esa nueva apuesta de Pixar es mucho más disfrutable para los niños más pequeños que para el público familiar más amplio. Tiene muchos gags divertidos, pero resultan algo prosaicos. Carece a la vez del humor y creatividad de otras producciones de Pixar. Si bien los personajes están bien delineados -en especial, los protagonistas-, no es probable que permanezcan tan vigentes en el imaginario popular como los de “Toy Story”, “Monster Inc.” ó “Wall-E”. La travesía de Arlo es un trabajo visualmente minucioso, de una belleza estética que permite avizorar logros más espectaculares. Sin embargo, en la sustancia, es una historia algo irregular aunque conmovedora en la relación que se forja entre Arlo y Spot. Puede sonar contradictorio, pero “Un gran dinosaurio” es una película pequeña.