Un gran dinosaurio

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

De todas las producciones de Pixar que ya ha puesto la vara a una altura difícil de igualar en términos de creatividad, inventiva, utilización de los elementos clásicos para confeccionar las historias, poderío visual, mensaje, metamensaje, profundidad temática y otros etcéteras, “Un gran dinosaurio” resulta algo desconcertante al comienzo, e incluso algunos minutos entrados en la trama. Claro, luego todo cobra sentido, o mejor dicho adquiere una orientación hacia las razones por la cual será parte del catálogo del Estudio Pixar. Es posible que todos los cambios que sufrió esta producción para ver la luz hayan influenciado. Cambió de director por razones artísticas, además de sufrir modificaciones en el guión que obligaron a posponer el estreno varias veces. Debería ser la decimotercera, pero es la decimosexta.

Pero vayamos al buen desconcierto.

Ya de por sí el corto que precede a la proyección, “El súper equipo de Sanjay”, aborda una temática nunca tocada en forma directa y deja, pese a su buena factura y efectividad, algunas preguntas sobre el origen de la idea. El living de una casa en India de cultura y religión hinduista. De un lado el hijo fanatizado por los superhéroes en la televisión, por el otro el padre que está frente a otra caja (altar) dispuesto al ritual del rezo al cual el hijo es forzado a realizar. Es un choque cultural externo y ajeno que se resuelve a partir de la imaginación del niño que pone su imaginación a pleno para combatir el aburrimiento. ¿Se puede hablar de incorrección religiosa en lugar de política?

Luego el plato fuerte. “Un gran dinosaurio” tiene una primera escena que sino fuese por lo que sucede después estaríamos hablando de la subestimación de la inteligencia. Asteroides en órbita. Uno de ellos sale de ella y se dirige directo a la Tierra y a rubricar la teoría del Big Bang. 65 millones de años atrás dirá un cartel. El problema es que mientras establece su trayectoria vemos que se dirige hacia el Continente Americano que por supuesto no existía como tal en esa era. Viniendo de artistas que no filman ese nivel de subestimación, es raro. Y se vuelve aún más cuando vemos una familia de Apatosaurios cultivar la tierra, alimentando gallinas, arando la tierra y construyendo un silo de piedra para proteger la cosecha de maíz de una criatura que se la roba sistemáticamente. No sólo no parece de Pixar; además se percibe cierto facilismo televisivo en la instalación de códigos.

Sin embargo, la aparición de la criatura resignifica esos primeros 10 minutos. La criatura es humana. El contraste ya es mucho más claro. La película de Peter Sohn juega a tomar los elementos comunes que el público conoce de los dinosaurios para transformarlos, por oposición, en la primera declaración de principios: La naturaleza es sabia, más organizada, más armónica y mejor preparada que el hombre porque Spot (Jack Bright), tal el nombre del niño cavernícola que aparece, no hace otra cosa que robar, o intentar matar a cuanta criatura se le cruce. Mientras se emplaza este contexto también salen a la luz los temas a tratar en “Un gran dinosaurio”: La superación de los miedos a través de la búsqueda de coraje y el sentido de la pertenencia ya sea a un lugar o a una especie.

Antes de la aparición de Spot, presenciamos en nacimiento de Arlo (Raymond Ochoa), el protagonista de esta aventura. Arlo le teme a todo, pero nunca deja de intentar. Sobre todo con la ayuda de su padre por quien siente amor, respeto y devoción. Pero como cada obra de Disney tiene su Bambi, Poppa (Jeffrey Wright) morirá inevitablemente. A partir de allí comienza otra película porque Arlo, perdido en la tormenta junto a Spot, deberá encontrar el camino a casa, y en este sentido presenciamos un “Temple de acero” (1969) y otros clásicos insoslayables, aunque también haya alguna autoreferencia a “Bichos” (1998), y un palmadita de hombro al cine de Don Bluth cuando hizo aquella entrañable “Pie Pequeño en busca del valle encantado” (1988). Todo esto se viene husmeando con algunas pinceladas ofrecidas por la excelente banda de sonido de Mychael Danna, el acento deliberadamente texano en la versión subtitulada, y por supuesto en la impronta de los paisajes que son sencillamente prodigiosos sin dejar de mencionar lo real y deslumbrante del movimiento del agua, la lluvia, el césped, etc.

Una película cuyo guión fue tocado, removido y reescrito por tanta gente (cinco escritores en total) estaría condenada al olvido; pero este es un caso en el que Pixar logra, por inventiva y oficio, rescatarla, salir airosa pese a lo lineal de la historia y de paso regalar un par de escenas verdaderamente memorables como el “diálogo” sobre la familia entre Arlo y Spot o la del descubrimiento de más humanos.

Intenso año para los estudios que por primera vez estrenan dos películas en un mismo año. Claro, la anterior, “Intensa-Mente” es una obra maestra que va a ganar el Oscar, y se sabe que de esas hay pocas.