Un gran dinosaurio

Crítica de Fausto Nicolás Balbi - CineramaPlus+

Desde su irrupción, hace veinte años, Pixar Animation Studios nos acostumbró a relacionar su marca con calidad e innovación. En estos días se estrenó Un gran dinosaurio, el filme de la compañía cuyo proceso de producción fue más arduo y caótico. Incluyó un cambio de director y varios virajes de timón.

Más allá de ciertos aspectos técnicos (por ejemplo se desarrolló tecnología específica para encontrar naturalidad a la hora de animar el flujo del rio) se podría decir que el clasicismo de Un gran dinosaurio lo lleva a estar más emparentado con viejos filmes de la factoría Disney que con la propia Pixar.

Al comienzo del filme vemos como un meteorito desvía su trayectoria y, por ello, los dinosaurios nunca se extinguieron. A partir de allí la acción se traslada a una granja, propiedad de una pareja de dinosaurios que espera a su primera camada de hijos. Entre ellos se encuentra Arlo, el más pequeño y temeroso de la familia.

Una serie de sucesos desafortunados vinculados a la “personalidad” de Arlo provocan la muerte de su padre y llevan al joven reptil al agua. Arrastrado por la corriente solo podrá regresar a su hogar gracias a una indicación que le dio su padre a manera de mandato. Durante el largo camino a casa Arlo se vinculará con un cachorro de humano primitivo que responde al nombre de Spot. Lo que comienza como una relación conflictiva deviene en conveniencia mutua, y finalmente afecto.

Los problemas que tiene Un gran dinosaurio son múltiples. Para empezar el diseño del personaje de Arlo es desastroso, en la búsqueda de dotar su rostro con rasgos humanos terminan construyendo una caricatura. Por otra parte el largo camino a casa de Arlo y Spot termina siendo tedioso. Peter Sohn privilegia la aventura por sobre el humor, y esta es bastante previsible. Si no fuera por la calidad de la animación, por esa técnica prodigiosa que siempre ofrece Pixar, la verdadera odisea sería llegar al final de la película.

Por Fausto Nicolás Balbi
@FaustoNB