Un fin de semana en Paris

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Re-enamorándose
Re de retro, de pasado que no vuelve, re de re pensar todo una vez más y así podría llenarse la lista para el derrotero de esta pareja que en su trigésimo aniversario deciden darse una chance o segundas oportunidades nada menos que en París, símbolo de la idea eterna del amor y escenario ideal para las historias de romanticismo y de re composición de lazos.
Sin embargo, los protagonistas son tan opuestos como complementarios y en ellos encaja perfectamente el término pareja más que el de marido y mujer, que para los papeles representa algo pero transcurrida tanta agua bajo el puente de la rutina y las frustraciones no significa absolutamente nada.
Él es pensante a la hora de actuar y decir, consciente de que su cuarto de hora ya pasó y resuelve cada ataque de ella de una manera sarcástica, fiel al estilo inglés, como pareja de Birmingham que son. Profesor de filosofía, el hombre, con conflictos en la universidad, donde ya ni siquiera encuentra aquella pasión por querer moldear las mentes de sus estudiantes o ese espíritu contestatario de los 60, que también se traducía en la impulsividad de un cuerpo sin límites y que en la actualidad no se llega ni siquiera a la esquina de cualquier calle de Paris sin acusar agitación y pronostico dudoso de vitalidad.
Ella fiel a su rol de profesora de biología, desencantada parece asimilar mucho mejor la edad, en lo que hace al cuerpo, al físico para desear, a pesar de las arrugas de la piel o esas pequeñas irregularidades que antes eran imperceptibles. En cada sentencia acusa aburrimiento y un malhumor que detona la necesidad imperiosa de cambiar cualquier esquema convencional y así el replanteo más difícil ante su interlocutor estalla en una de las tantas peleas que se obsequian cuando el silencio es demasiado pesado y las miradas penetrantes ya ni siquiera se pueden disimular.
Así transcurre Un fin de semana en París, donde el director Roger Michell (aquel de Un lugar llamado Notting Hill) coquetea con ese subgénero de moda que tiene por protagonistas a personajes de la tercera edad y que muchos han denominado como el arribo de la gerontología al cine, pero que en realidad, para ser justos no se concentra en los problemas de la vejez, sino en rescatar de esa etapa de la vida la novedad de todo lo que viene cuando se sentó cabeza, por ejemplo en la crianza de los hijos o en la carrera profesional.
El film si buscara un diálogo con otras películas seguramente lo encontraría con la trilogía Antes del amanecer, de Richard Linklatter, en lo que hace a la puesta en escena por los elementos que se juegan en pantalla y estructurar el relato: los paseos, las charlas, las disputas y las reflexiones sobre la vida y tantas otras cosas que se van diluyendo con las ilusiones de la juventud.
El punto más destacable no es otro que la sólida actuación del reparto en general, con especial hincapié claro está en la pareja protagónica a cargo de Jim Broadbent y Lindsay Duncan, con una más que simpática performance de Jeff Goldblum como contrapunto y por momentos alivio cómico en las escenas de hondo dramatismo que atraviesan el universo de Un fin de semana en París.
Quizás la tragicomedia sea la palabra que más justicia hace a esta nueva película del sudafricano Roger Michell.