Un fin de semana en Paris

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El último refugio

“Le Week-End” se filmó en 2013 y se sumó a la lista de realizaciones que tienen a la capital francesa como escenario, en una cita de implicancias simbólicas, ya que esa ciudad europea se ha convertido, a lo largo del tiempo, en un ícono de la cultura europea.

El director de “Le Week-End” es un estadounidense nacido en Sudáfrica, Roger Michell, pero este film es una producción del Reino Unido, con guionista y actores británicos.

Traducida aquí como “Un fin de semana en París”, la película describe el viaje que hace una pareja de ingleses sexagenarios a esa ciudad, que tiene un valor especial para ellos relacionado con la historia de su relación. Están cumpliendo treinta años de casados y atravesando una crisis existencial que implica el despegarse de los hijos, ya crecidos, el fin de la carrera laboral, la jubilación en ciernes y el ocaso del ciclo vital, que se traduce en achaques varios.

Como suele ocurrir, los viajes obligan a una intimidad que en la vida diaria se suele eludir recurriendo a pretextos o bien por aburrimiento o necesidad de hacerse algún espacio propio. Todos esos síntomas aparecen de algún modo en la relación de Nick y Meg, dos profesores de Birmingham que hacen una escapada de fin semana, con la intención de recuperar el espíritu que los unió en matrimonio y la atmósfera propicia para el amor y la ilusión que la ciudad de París representa para ellos. En especial para ella, que demuestra una gran admiración a medida que recorren sus calles.

“Un fin de semana en París” se inscribe entonces no solamente en la agenda de los ritos devocionales a la Ciudad Luz sino que además abona el subgénero de lo que se podría definir como historias que tienen a la tercera edad como tema.

No parece casualidad que los cineastas europeos, desde un tiempo a esta parte, estén haciendo películas que tienen como protagonistas a personas mayores, ya sean dramas o comedias. Es una realidad que la población del viejo mundo está envejeciendo y mientras tanto el entorno social va cambiando vertiginosamente, al punto que a veces los mayores se sienten extraños en su propio universo.

El guión de Hanif Kureishi, un británico hijo de padre pakistaní y madre inglesa, tiene un marcado tono expresionista en lo que refiere a la descripción de los personajes, aunque en el plano formal, es rigurosamente naturalista.

Kureishi muestra a un matrimonio compuesto por personas cultas e inteligentes, con muchos ticks muy característicos de las parejas que llevan una larga convivencia y se conocen mucho. Pero les da un toque de angustia y melancolía, que a pesar de los roces, los mantiene unidos. Hay en ellos un sentimiento de pánico embozado y parecen aferrarse uno a otro de una manera un poco feroz.

A veces se tratan con agresividad o alguna pizca de sadismo, aunque son aliados al momento de enfrentar los convencionalismos de la sociedad, llegando incluso a hacer algunas travesuras un tanto disparatadas, en una especie de brote adolescente que los pone en una situación de conflicto de final abierto.

Aparecen como temas, entonces, la vejez, el miedo, la locura, el escapismo, la enfermedad, el vacío existencial y el sentimiento de fracaso profesional, manifestaciones de un estado mental interior que se expresa de manera un tanto extravagante y extrema.

Pero “casualmente”, en una salida, tropiezan con Morgan, un viejo conocido de Nick. Morgan es un académico que ostenta un brillante éxito en el mercado editorial, donde se destaca con publicaciones muy bien acogidas por el público. Este personaje, a diferencia de Nick, ha roto con su matrimonio anterior y formó pareja con una mujer más joven, se ha reinventado a sí mismo y ha iniciado una nueva vida llena de bríos. Una energía que se arroja al futuro con optimismo, en contraste con el pesimismo que invade a la pareja protagónica.

Este amigo, que mantiene una vieja deuda moral con su antiguo compañero de la universidad, será la tabla de salvación a la que se tratarán de aferrar Nick y Meg para darle un nuevo e inesperado giro a sus vidas.

En “Un fin de semana en París” hay mucho humor y bastante exageración, predominando un tono sarcástico y ácido, que trasunta más amargura que alegría, dejando una sensación de tensión y displacer en el espectador, ya que las decisiones que toman los protagonistas hacen pensar en una huida hacia adelante de pronóstico reservado.