Un dios salvaje

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

“Un dios salvaje” al estilo Polanski

En viejos tiempos, si un pibe le volaba dos dientes a otro, el padre del chico nervioso agarraba el cinto, le sacaba los nervios y lo mandaba a pedir disculpas. Raramente los padres del súbitamente desdentado exigían el pago de los servicios odontológicos. Y si eran del mismo barrio, o la misma escuela, pronto las criaturas seguían sus actividades normales, y a veces hasta cinchaban juntas en alguna puja. Pero eso era en viejos tiempos. Quienquiera haya ido a un torneo infantil o una reunión escolar de padres sabe que los pibes son más o menos como siempre han sido, pero los padres están cada vez peor.

Acá un chico le dio al otro con un palo en la boca, le sacó un diente y le dejó otro tecleando. Como son hijos de padres civilizados, éstos se reúnen a conversar sobre el hecho. Se trata de una señora que escribe muy bien y su esposo comerciante, que reciben a un doctor en abogacía y su esposa tilinga, asesora de algo. Y la música ya nos anticipa lo que puede pasar, apenas entren en conversaciones, tomen un traguito, hagan pequeñas observaciones, tomen un segundo sorbo, una palabra traiga la otra, se sirvan de nuevo, cambien de aliados y adversarios según lo que vaya apareciendo en discusión, y al rato poco falta para que salten al cuello de quien tienen enfrente y lo acogoten por menos motivo que el que habrán tenido sus hijos para pelearse. Y eso que son gente grande, educada, respetuosa de sus obligaciones y de los derechos del otro, etcétera. Los habita el dios salvaje del título, el dios atávico que todos tenemos y al que hay que controlar para vivir en sociedad.

De eso habla la pieza teatral de Yasmina Reza aquí llevada al cine en adaptación de la propia autora con el director Roman Polanski. Sabrosos diálogos, muy buenos intérpretes, un equilibrio que nos permite atender razones y sinrazones de cada personaje, humor corrosivo, varias vueltas de tuerca, concentración y brevedad que se agradecen, eso es lo que vemos y disfrutamos. Y también, una precisa puesta en escena, que gracias al montaje y las posiciones de cámara reduce el riesgo de «teatro filmado» sin caer por eso en distracciones de mero efecto visual.

Polanski tiene larga experiencia en este tipo de comedias ácidas circunscriptas a espacios pequeños (ya la primera, «El cuchillo bajo el agua», transcurría mayormente en un velero), y también tiene buena experiencia en la traslación de piezas teatrales (y ésta es mejor que la anterior).

Para el caso, tomó la versión más ágil y ligera de la obra, agregando apenas dos planos de los chicos al comienzo y al final, y unas breves tomas en los alrededores del living donde transcurre la «amable» velada. Detalle malicioso, Polanski armó esa adaptación mientras cumplía arresto domiciliario en Suiza, a causa de un pedido de extradición de la justicia estadounidense. ¿Será por eso que ambientó precisamente en EE.UU. esta humorada contra la falsedad de los políticamente correctos y demás chantas e histéricas de buenos modales?

Para disfrutar, admirar, y después pensar en la parte que a cada uno le toca. En lo que al autor respecta, el chico que le pega al otro indefenso es hijo suyo, y él mismo aparece fugazmente como vecino chusma.