Un dios salvaje

Crítica de A. Degrossi - Cine & Medios

El salvajismo va por dentro

La pelea entre dos chicos de once años es el disparador para mostrar la hipocresía que habita en el universo adulto. El hijo de Nancy y Alan le rompió dos dientes con un palo al hijo de Penélope y Michael. En el departamento de estos últimos se reunen ambas parejas para discutir el asunto. Primero con sobriedad y extrema cortesía, no sin cierta incomodidad, Penélope procura que los otros padres comprendan lo importante que es que su hijo entienda la gravedad del hecho. Nancy trata de ser condescendiente mientras Alan está ocupado atendiendo su móvil que suena cada rato debido a un problema con el laboratorio que representa legalmente.
Polanski expone de entrada a sus personajes en este filme cerrado, donde sus intérpretes están atados al texto teatral. Quienes vieron la obra de teatro no encontrarán diferencias notables en el guión, pero sí en las características de algunos personajes, especialmente el de Waltz. El austríaco compone a un cínico impagable, sin dudas el mejor trabajo del filme, y no es que Jodie Foster no se destaque en su rol, el que deja en claro, más que ningún otro el carácter animal escondido tras la pátina de civilización que los niños aún no poseen y sus padres, con apenas algo de alcohol, son capaces de perder por completo.
El director impone al relato un clima dramático con cierta acidez y pequeñas dosis de ironía, pero nunca llega al grotesco que tan bien le sentó a esta obra en la versión teatral porteña. Filmada en París y con un cameo del propio Polanski en el departamento de al lado, "Un Dios Salvaje" no quedará en la historia como lo mejor en la cinematografía del polaco, aunque sí destaca como un entretenimiento de alto nivel actoral y exhibición artística.