Un día lluvioso en Nueva York

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Ciudad romántica.

“Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas”.

La cita que pertenece a un poema de E.E. Cummings es referenciada en un clásico del cine como lo es Hannah y sus hermanas. Ese mismo romanticismo en relación a la lluvia se encuentra presente en lo más reciente de Woody Allen, quien vuelve una vez más a su amada Nueva York, luego de una serie de inconvenientes que parecían peligrar el estreno de su último film. A raíz de las denuncias de abuso por parte de su hija Dylan Farrow, el estreno y distribución de Un día lluvioso en Nueva York fue cancelado, haciendo que la productora encajonara al film y que por primera vez en años Allen no estrenara su habitual producción anual. Sin embargo, el último trabajo del director neoyorkino finalmente vio la luz y trajo consigo una nueva visión romántica de la ciudad de la gran manzana. Con un uso ágil del humor y una hermosa fotografía a cargo de la leyenda cinematográfica viva que es Vittorio Storaro, la nueva comedia de Allen es toda una invitación al disfrute.

El protagonista de esta historia es Gatsby (Timothée Chalamet), personaje que nuevamente funciona como alter ego de la personalidad del director, un joven bohemio con un gran coeficiente intelectual que reniega de su vida privilegiada perteneciente a su círculo familiar de clase alta. Neurótico y brillante, Gatsby vuelve por un día a su ciudad natal junto a su novia Ashleigh (Elle Fanning). Mientras él planea un día perfecto para su pareja conozca la gran ciudad, ella lleva la tarea de entrevistar a Rolland Rollard (Liev Schreiber), un reconocido cineasta en crisis. Así, los distintos enredos que ambos protagonistas vivirán a lo largo del día los mantendrá separados el uno del otro, atravesando sus propios miedos y anhelos que Nueva York y sus habitantes despiertan en ellos.

La trama que concierne a Ashleigh se rige por un registro de humor mucho más absurdo que el de su contraparte protagónica, algo que tiene que ver con el hecho de tratarse de una joven de no muchas luces y algo inexperta que comienza a vivir las primeras oportunidades que le ofrece la ciudad de los rascacielos. Es así como su joven espíritu ingenuo representa una bocanada de aire fresco para las distintas estrellas que halla en su camino: una suerte de musa inspiradora para el director que perdió la pasión por el arte; un fuerte anhelo de deseo para el guionista Ted Davidoff (Jude Law) que siente la pérdida de su hombría ante una infidelidad, o un afrodisíaco al ego para el galán de cine Francisco Vega (Diego Luna).

Mientras que desde las líneas de dialogo del guión el encanto de Ashleigh reside en su torpe inocencia, el realce fotográfico con el que la describe Storaro refuerza las ideas de ese esplendor nuevo y genuino que nace del personaje femenino y la forma en que afecta a quienes la rodean, siendo un elemento que funciona a la perfección en oposición con el enfoque que la luz le brinda a Gatsby, donde la personalidad insegura y nerviosa juega un rol más acorde al clima lluvioso. El encuentro con Shannon (Selena Gomez), una vieja conocida y hermana de una ex novia, y las diferencias entre los personajes sumado al factor humorístico como resultado de ellas, permite explorar a fondo las dicotomías y conflictos de Gatsby.

La mirada y el deseo de un romanticismo que solo puede existir en esa ciudad y, más aún, en el mundo de la ficción cinematográfica, se ve resaltado por el equilibrio de las tonalidades doradas y grises como descripción de las personalidades y sentimientos tanto de Ashleigh como de Gatsby. Las diferencias y similitudes de ambos personajes se ven enlazadas por la comicidad y esa idea ingenua pero romántica del amor y los sueños que tan bien funcionan dentro de la diégesis cinematográfica. De esta manera, Allen explora la relación de los personajes consigo mismos, y sobre todo con los rincones de una ciudad que es recorrida por ellos y que a la vez los recorre sentimentalmente a ellos.

Los personajes de Un día lluvioso en Nueva York son jóvenes, intelectuales y nostálgicos, algo que evidencia más las diferencias generacionales entre ellos y el director, pero eso no supone un problema. Todo lo contrario. El film funciona perfectamente debido a esa falta de realismo que crea y acentúa con el trabajo de su director de fotografía, haciendo uso del encanto de una escritura tan propia del autor. El mismo no busca realismo alguno, sino resaltar la importancia y el artificio del cine que tan bien nos hace —lo logra, y por un instante, la lluvia de un día gris no resulta molesta sino que es placentera en la compañía de la persona adecuada… o del film acorde para disfrutar acompañado del sonido del repiquetear de las gotas de fondo.