Un día gris, un día azul, igual al mar

Crítica de Miguel Frías - Clarín

El origen de la tristeza

Documental sobre dos chicas que mantienen una relación a escondidas.

Un día gris, un día azul, igual al mar recupera lo que perdimos o lo que estamos perdiendo: confianza y delicadeza. Confianza en la inteligencia del espectador: algo poco común, en tiempos massmediáticos . Delicadeza para abordar temas vaciados, en cine, por la repetición de cierta retórica progre. El documental de Luciana y Melina Terribili habla de la asfixia -y del prejuicio- dentro de una familia, de una sociedad, de un sistema. En realidad, no “habla”: muestra. A través de detalles, sin énfasis y sin manipulación, sin paternalismo, con una belleza nada impostada y pocas palabras.

La primera secuencia nos transmite la psicología de los personajes y una atmósfera compartida. Carmen, joven que vive en un barrio gitano de Granada, afeita a su padre, un hombre viejo que parece vacío. Después la veremos junto a su madre, que por alguna enfermedad está encerrada en su cuerpo: ida. La tele con programas de la tarde, Cristo colgado en la pared, demandas de cuidado a Carmen: dichas y no dichas.

Aunque sus padres y hermanos no lo saben, Carmen tiene pareja: Sheila. Conviven, muchas veces, en un cuarto de la casa/prisión, a escondidas. Algo así como lo que ocurre en la novela Rabia, de Sergio Bizzio, con una mucama y un obrero que se mantienen juntos en el hogar de una familia rica que ignora la presencia de él, tal vez porque les resulta transparente.

Pero la lucha de Un día gris..

. no es (perdón: no es del todo) de clases, sino de género, de íntima liberación, de confrontación -lo más difícil- con el propio miedo y la propia culpa. En una Andalucía poco pintoresca, sin que nadie nos manipule ni nos aleccione, sentimos empatía con Carmen y Sheila, y queremos que, si no pueden ser del todo felices, al menos no sean del todo desdichadas.