Un día en familia

Crítica de Fernando López - La Nación

Pinceladas de poesía en un retrato de familia

Un film impresionista que impacta por su sabiduría

Un film impresionista, hecho de pequeñas pinceladas que sólo en el conjunto revelan el carácter elegíaco del retrato de familia, otra muestra de la sabiduría cinematográfica y la sensibilidad poética de Hirokazu Kore-eda, un cineasta que, como pocos, merece ser llamado humanista. Esta delicada joya le fue inspirada por la muerte de sus padres -o más exactamente por el pesar que le dejó sentir que no había estado lo suficientemente cerca de ellos en los últimos años-, pero ni es autobiográfica (aunque sí rescata algunas de sus vivencias personales) ni está cargada de tristeza. Todo lo contrario: como en su memorable After Life , este japonés universal parte de la muerte para hablar de la vida. Que, como sugiere el título, siempre continúa su marcha aunque haya desgracias, contratiempos, conflictos y desdichas.

Por eso se ciñe a veinticuatro horas en la vida de una familia, precisamente en uno de esos escasos días, como el Año Nuevo o el Festival de los Muertos, en que la tradición invita a reunirse: el aniversario de una pérdida. En este caso, la del hermano mayor, que murió años atrás cuando se arrojó al agua para salvar a un muchacho que estaba ahogándose. Es una ausencia que se siente: al padre médico lo dejó sin heredero profesional; la madre, figura tierna y dominante, aún espera que su espíritu vuelva transmutado en mariposa; el otro hijo varón, que se ha casado con una divorciada y es quien recuerda el día en familia -según sugiere el conmovedor epílogo-, es el protagonista que todavía debe tolerar el disgusto paterno por no haber seguido sus pasos y la constante comparación con el hermano modelo. Están también la hija mujer con su marido bonachón y sus ruidosos hijos.

Muy poco sucede en la superficie: no habrá al cabo de la jornada cambios, choques ni conflictos, pero en cada segundo, mientras se repiten los rituales domésticos y se avivan recuerdos (la receta de tempura trae los olores de la infancia) el ojo sensible de Kore-eda sabe hallar en los rostros, en las palabras, en los silencios y hasta en los objetos señales de las tensiones que corren por debajo y que son similares a las que pueden percibirse en cualquier familia de cualquier origen: pequeñas traiciones, alguna crueldad, callados rencores, pero también una cálida corriente afectiva. La admirable puesta en escena -humor incluido- cuenta con actores que son pura espontaneidad e imágenes que responden a la sutil y conmovedora mirada poética del autor. Lo dicho: una joya.