Instantáneas de la vida Un día en Constitución (2010) es un fresco cinematográfico sobre la mítica estación de trenes porteña y los personajes que la circulan diariamente. John Dickinson observa con el lente de su cámara el paisaje de ese microcosmos habitado por seres tan lejanos y a la vez tan cercanos. Documental de observación si los hay, Un día en Constitución propone, a partir del seguimiento de algunos personajes habitúes (o no) de la estación, ingresar a ese espacio transitado diariamente por millones de personas. Narrativamente Un día en Constitución se compone de dos líneas. La primera tiene que ver con el espacio físico propiamente dicho para ofrecer un recorrido visual a través de un fastuoso edificio que funciona para algunos como una especie de hogar. Mientras que la segunda línea de acción se posa sobre algunos personajes reales proponiendo mostrar un día de sus vidas y ver como ese espacio se fusiona con ellos, o viceversa. Dickinson filma imágenes, personas, objetos, espacios. Su cámara se posa sobre lugares que para muchos serán extraños por más que se choquen con ellos dos o tres veces al día. Se para sobre seres que para muchos resultarán invisibles por más que sus cuerpos los rocen a diario. Los observa, no los cuestiona, simplemente los toma con su cámara como si fuera el ojo atento de un transeúnte a lo que sucede a su alrededor. No altera ese ritual diario, sólo lo muestra, lo plasma en imágenes. Algunos dirán que en Un día en Constitución no pasa mucho. Pero eso es una apreciación equivocada ya que por ahí pasa la vida y eso es lo que Dickinson ofrece a través de las imágenes. Instantáneas de la vida, de un ámbito, de un lugar único como cualquier otro.
Mundo en tránsito Retrato de una zona que pasó del fulgor a la decadencia. Constitución es un microcosmos, tan populoso que podríamos hablar de cosmos, en el que se cruzan diariamente miles y miles de historias. En un formato de 35 milímetros, inusual para documentales de estas características, el realizador John Dickinson retrató la estación y sus alrededores: un universo observado a la distancia -con algunas breves aproximaciones a ciertos personajes-, que nos transmite, sin enunciarlo, un antiguo esplendor venido a menos. Lo curioso es que Dickinson no se limita al documental de observación: a mostrar, a través de meras imágenes, las multitudes en tránsito, la marginalidad o los contrastes entre la majestuosa arquitectura de la estación y la decadencia por su falta de mantenimiento. Incluye brevísimas historias con seres arquetípicos del “mundo Constitución”: un maquinista, dos policías, un hombre que perdió su trabajo y se niega a asumirlo, un chico que se acerca a un gimnasio de boxeo, una prostituta o una moza de un bar que trabaja de mala gana. Esta decisión, la de intercalar pinceladas de historias en medio del devenir real de la zona, es uno de los puntos más débiles de la película. El documental carece de voz en off, testimonios, material de archivo o sobreimpresos con datos: su intención no es informar, sino retratar una zona porteña recargada de mudas alegorías. Lo logra, con mayor intensidad, cada vez que la cámara se distancia, para capturar detalles humanos o arquitectónicos, no cuando añade fragmentos de historias “interpretadas”. Las imágenes de lo real, en Constitución, son más que suficientes, con su desbordada elocuencia. Como lo adelanta el título, el filme abarca un día entero, claro que ilusorio, construido con retazos de imágenes diversas, entre las que no faltan las de manifestantes en el hall central. Entre ellos, gente que vive en la calle, trabajadores de la zona, pasajeros a la carrera: pasividad y vértigo, pequeñas sociedades y gran indiferencia.
La vida cotidiana de una estación de trenes y su gente En forma documental, el director Juan Dickinson se propuso un retrato de la estación Constitución y todos los personajes que se mueven en ese micromundo: vendedores, maquinistas, menesterosos, oportunistas o inoportunos. El realizador y coguionista tomó a algunos de esos personajes para retratar sus existencias y padeceres. Aquí están un viejo violinista que, al son de una monótona música, desea ser tenido en cuenta más allá de la limosna que recibe, o esa pareja que llega a la estación y se pierde en la multitud, o un periodista y su camarógrafo que tratan de dejar para la posteridad rostros y actitudes de pasajeros apurados y mercachifles que extienden sus improvisadas mesas repletas de comidas o suvenires. Con mirada atenta, Dickinson logró atrapar a esa multitud y la convirtió en una masa uniforme que pasa por los vestíbulos y por los andenes de la estación quizás en busca de sus hogares o de sus soledades. El realizador supo colocar su cámara en los lugares más inverosímiles -una terraza que las luces de la noche iluminan entre sombras y carteles inmensos; los altos techos desde los que se muestra al gentío que va y viene por los vestíbulos-, y así este documental se convierte en un gran ojo que espía un día cualquiera en esa estación porteña. Una acertada música y una impecable fotografía son un plus para este film que simplemente habla de la gente, de esa gente que cotidianamente concurre a sus trabajos o quizá se dispone a pasar un día sin problemas en algún lugar del conurbano. Y, sin duda, Dickinson logró su cálido propósito sin pretensiones ni grandeza, dos elementos que hacen de este documental un atípico muestrario de la fauna humana.
Gente que define un país Punto de llegada y de partida de cientos de miles de personas que diariamente llegan a la terminal de trenes, con los más variados fines, el documental de Juan Dickinson, sigue cada minuto del día, de lo que sucede en esa gigantesca babel de personas anónimas que marcan un ritmo incesante que sólo decae con las últimas horas de la noche. "Un día en Constitución" es un filme que refleja una parte del tipo de gente que lo puebla y algunas de las características que definen a una micro-sociedad que se mueve en el marco de una clase media y baja. La película esquiva de mostrar los trenes que van a los centros de veraneo, como Mar del Plata y se inclina por captar con su cámara los que vienen del conurbano bonaerense a trabajar a la ciudad. OTROS ESPACIOS Manifestaciones, bombos, los uniformados que hacen su ronda por los distintos espacios del edificio de la terminal, un violinista que duerme en uno de los pisos altos desocupados; o un improvisado gimnasio en los subsuelos son parte de este documental. A través de los vendedores, de lo que se compra, se consume, o incluso del color de la vestimenta de los que transitan por Constitución, también puede definirse la procedencia de los que por el lugar pasan diariamente. Datos como el mostrar el sutil devenir de una prostituta y sus clientes, o el cameraman que busca la noticia del día en la terminal, son parte de esta original película, en la que el director Juan Dickinson, hace latir el corazón de una ciudad, tomando como recorte una estación de trenes.
Madrugada. Las 5:00 en Buenos Aires. Particularmente, en la estación Constitución y en la plaza del mismo nombre. La película Un día en Constitución tiene un poder de observación a través de la cámara como pocas veces se ve. Las imágenes van desfilando ante los ojos del espectador al ritmo sincopado del jazz, la bossa nova o el tango electrónico. Música de ciudad, de asfalto, neones y un tablero electrónico que marca la hora y el pulso de ese pulmón fundamental de Buenos Aires. Desde el primer tren hasta el último, Un día en constitución nunca para, aunque se detenga por momentos a observar lo que pasa. La cámara se posa en los rincones altos de los andenes y de la Terminal para mostrar desde esa inmensa altura la danza de gente que viene y va durante todo el día. Parece un documental, pero no lo es. O mejor dicho, lo es a medias. En vez de caer en lugares comunes como entrevistar a un panchero con la estética de “Policías en Acción”, el director Juan Dickinson y el productor Fernando Musa, se han puesto a observar detenidamente todo lo que pasa allí hasta dar con “algo”. Ese algo cuya búsqueda es anunciada por uno de los personajes. Una suerte de “capo” del lugar que lleva a uno de los camarógrafos a recorrerlo todo hasta encontrar “la posta” de lo que va a pasar. Un día… nos propone a cada uno detenernos a mirar a la gente de todos los días hasta construirnos una historia. El director eligió armar pequeños retazos de ficción con aquellos personajes que le habrán llamado la atención y por eso esta película no pertenece sólo a un género. Vale decir, no deja de ser una observación minuciosa sobre una estación de tren y sus alrededores pero a su vez ofrece una paleta de personas sobre las que se arman pequeños microcosmos de su andar cotidiano. Una camarera, una prostituta, un guardia, un artista callejero, etc; pero cuidado: estos personajes son guiados por un falso documental, solamente para ser parte de la protagonista exclusiva de la película: la estación Constitución. Por que si bien hay una cámara que sigue a cada uno, también hay otra que mira fijamente a los colectivos afuera, la comida chatarra, los carteles, los horarios de salida de tren y a toda la gente que integra ese ecosistema. Dickinson deja ver que Constitución es el lugar en donde alguien puede perderse para siempre o volver a encontrarse. El polo extremo entre frustración y esperanza y sobre todo la gran bestia que devora y vomita gente desde sus puertas hacia la vida diaria. Hay imágenes de esta película urbanamente poéticas. Prodigiosamente fotografiadas por José María Hermo y editadas por Fernando Vega y Eva Poncet, tres técnicos a tener en cuenta como garantía de buen gusto para sus trabajos futuros. La música de Pablo Gignoli, está durante casi toda la película, marcando claramente los momentos del día y algunas acciones dramáticas. Todos al servicio de una obra que el director, evidentemente, siempre tuvo clara desde la primera locomotora que enciende su motor hasta el último pasajero que vuelve a su casa. Sí. Los 63 minutos de Un día en Constitución se pasan volando, como la vida diaria. Quién pudiera salir de la rutina simplemente observando así y con la imaginación dispuesta.
Dentro del vasto conjunto de documentales que se vienen estrenando en nuestro país, “Un día en Constitución” no quedará entre lo más memorable de dicha producción. Es una lástima porque a las bellas imágenes iniciales les faltó, a modo de complemento, un guión más elaborado. Son esos primeros minutos los más interesantes cuando la cámara va recorriendo los lugares característicos de cualquier estación Terminal de ferrocarril con sus puestos de ventas de comestibles, bares, viejas locomotoras, pantallas con anuncios de horarios de trenes y de videos publicitarios. Hasta allí nada inesperado ocurre, salvo que el film irá introduciendo de a poco a varios personajes que uno adivina se irán relacionando entre sí. Es el caso de un hombre mayor que duerme en un recoveco de la estación y a quien otro despierta instándolo a trabajar. El primero toma un instrumento musical, que resulta ser un violín además de su medio de vida. Una chica con rasgos “provincianos” se encuentra con una amiga y un hombre trajeado la mira con insistencia. El espectador pronto adivina cual es su medio de subsistencia. Menos claro resulta el caso de un hombre con portafolio a quien un policía vigila de cerca hasta que, cuando lo persigue por uno de los andenes, le pierde la traza. Hay también una extraña y joven pareja. Cuando él expresa ante cámara: “increíble, estamos en Buenos Aires”, queda claro que se trata de un turista del hemisferio norte. Pero la chica, de acento porteño, de golpe desaparece dejando al extranjero sólo en un banco de la estación. La galería de personajes se completa con una chica que trabaja en un bar, un hombre con bastón acompañado de un cameraman y un grupo de jóvenes entrenando en una especie de gimnasio de boxeo en pleno subsuelo. Además del público y de gente que desfila dentro de la estación con bombos y cánticos contra la conducción de la Unión Ferroviaria. Todo estaba preparado para que algo aconteciera con algunos de las persones antes mencionadas pero lamentablemente hacia el final los esperados cruces de personajes aportan poco interés a la trama. La chica del bar termina de trabajar y se encuentra con el ya no tan misterioso hombre del portafolio. La que acompañaba y aparentemente abandonaba al turista lo vuelve a reencontrar, mientras que el hombre del violín le pide a ella un cigarrillo. Y el día en Constitución termina sin que quede muy claro que quisieron transmitir Juan Dickinson, el director y Enrique Cortés, su coguionista.
Este documental de Juan Dickinson intenta mostrar a esos seres desangelados que deambulan por la estación Constitución durante todo el día. La cámara muestra todos los recovecos habidos y por haber. Por allí están los vendedores, maquinistas, funcionarios, oportunistas, linyeras y prostitutas. Conociendo Constitución la película resulta demasiado edulcorada. Aquí no se ve la violencia que sí sabemos hay en ese lugar, tampoco están retratados los chicos del paco y los robos violentos. Un día en Constitución no refleja lo que quizás ocurra durante la noche y durante el día. Su realizador propone más que nada ser imparcial y no jugarse mucho por lo que verdaderamente se vive. La fotografía y las imágenes son de excelente calidad, pero el guión y lo que se quiso contar no refleja la realidad.