Un cuento de verano

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Agridulce infancia

Fábula delicada y serena sobre un chico que busca a su padre.

Un cuento...parece, en el mejor sentido, una película antigua; deudora, en parte, del cine de Truffaut y del neorrealismo italiano. En épocas de vértigo e impacto visual, muchas veces vacío, Andrzej Jakimowsy opta por narrar -desde el punto de vista de un niño- una fábula delicada, sencilla, contemplativa, de ritmo sereno, salpicada de humor agridulce. El resultado es bello y sutilmente melancólico, conmovedor. Remarquemos el “sutilmente”, porque el punto más fuerte del filme es su falta de sentimentalismo.

La historia, que transcurre en un humilde pueblito polaco, se centra en Stefek, un niño de 6 años, criado (a los tumbos) por su hermana de 17, Elka. La madre vive con ellos, pero es un personaje ausente. El padre está ausente de verdad: se fue con otra mujer. Stefek, que suele recorrer la estación de tren, cree que un hombre al que suele ver en un andén es su papá.

Con estos elementos, el lector imaginará una historia lacrimógena, plagada de mensajes de vida. No. Stefek -gracioso y simpático incluso en su gestualidad; un acierto absoluto de casting- aplica pequeños trucos y manipulaciones para que el desconocido tenga que acercarse a su madre. La película avanza desde el naturalismo hacia una suerte de fábula sin grandilocuencias ni moraleja, matizada por cierto misterio y una pintura social sin estridencias. Más algo de metafísica: la pregunta de qué parte de nuestro destino podemos modificar si de verdad lo deseamos.

Un cuento..., como toda buena obra, no da respuestas: va dejando estelas de interrogantes mientras navega (con buen timón) desde la costa de la infancia hacia la del mundo adulto. Elka tampoco llegó a destino. Está tan lejos de una orilla como de la otra: cría, como puede, a Stefek; busca, con poca suerte, entrar en el mundo laboral postcomunista; se relaciona con un novio, mecánico, que se maneja mejor con motos y autos que con mujeres. Todos estos personajes -interpretados por actores profesionales y por debutantes- podrían ser dignos de lástima, pero, gracias al director polaco, provocan ternura y sonrisas (tal vez) amargas.

“Este filme está dedicado a mi hermana. Ella me sentaba encima del ropero cuando era niño, y yo quedaba temporalmente inhabilitado para hacer tonterías. Desafortunadamente, ese tiempo ya terminó”, declaró Jakimowski. Disculpe el lector la transcripción gacetillera. Pero la frase contiene las virtudes de la película.