Un cuento de verano

Crítica de Maximiliano Curcio - EscribiendoCine

Plegaria para el sueño del niño

El último film de Andrzej Jakimowsky trae a las carteleras locales un cine con mucha tradición. Con Roman Polanski a la cabeza, el cine polaco ha dado una notable cantidad de autores a lo largo de su historia. Un cuento de verano (Tricks, 2007) se nutre de sus antepasados cinematográficos y nos ofrece un pequeño retrato urbano, una fábula condimentada con las pequeñas tragedias de la vida real.

En una alejada región polaca, un niño solitario y taciturno pasa sus días recorriendo las calles de su barrio. La figura de su madre apenas si interviene en la vida del chico, abandonado por su padre. El film aborda la ilusión de este joven por recuperar la imagen parterna y los trucos, juegos y artimañas que emplea para convencer a un hombre (a quien cree su padre) para que permanezca en el pueblo y se reencuentre con su familia.

El film, al igual que la corriente cahierista de la Nouvelle Vague allá, en los años ‘60, valoriza los tiempos muertos de las acciones y contempla el transcurrir más elemental de la vida del hombre. Cercana también a cierto espíritu neorrealista, la película se adentra casi con documentalismo en lo cotidiano de su gente, su pueblo, sus calles.

Andrzej Jakimowsky traza con paciencia y letargo la transición que representa ese periodo de la vida tan traumático como es el abrirse paso hacia el mundo de los adultos. La perdida de la inocencia, el fin de la ilusión, el descubrir la vida que espera del otro lado del umbral, son algunas de las temáticas que atraviesan a esta historia simple, pero conmovedora.

Con la espontaneidad y la frescura que transmite la niñez, Un cuento de verano rescata con pureza infantil la magia del amor. Allí donde las vías ferroviarias sirven de escenario, el ir y venir del gentío que lleva y trae miles de rostros desconocidos no son más que el paisaje diario de un niño añorando el regreso de su padre.