Un cuento chino

Crítica de Fernando López - La Nación

Clima cálido y risueño en la historia de un vínculo promovido por el azar

La idílica escena del comienzo, con una dulce parejita china a punto de sellar su compromiso matrimonial a bordo de una pequeña embarcación y en medio de un lago, dura poco y termina con una insólita maniobra del azar. De este otro lado del mundo, la aventura que alterará la vida del eternamente malhumorado ferretero Roberto también es obra del azar, pero no tan inusitada: al fin y al cabo, que un recién llegado resulte víctima de la viveza de algún nativo no es un caso demasiado infrecuente. Claro que este timado es chino, está solo, no habla otra lengua que el mandarín y no tiene un peso ni idea de qué hacer. Hasta un tipo tan hosco e intratable como Roberto sería incapaz de abandonarlo a su suerte, así que no tiene más remedio que llevárselo a casa. Mañana lo acompañará al consulado o la embajada y ellos se harán cargo, piensa.

Pero no todo resulta tan sencillo. De a poco, la convivencia se prolonga, con todas las complicaciones que el diálogo imposible y las diferencias culturales pueden acarrear. Cuando éstas (y algunas otras producto del carácter del protagonista, del forzoso tambaleo de sus rutinas indeclinables o del insistente revoloteo de una enamorada que vino del campo dispuesta a conquistarlo) son tomadas en clave de humor, el film acierta gracias al ingenio que hay en los diálogos, al tono amable que envuelve las situaciones y, sobre todo, a la presencia de Ricardo Darín, capaz de resultar simpático (y transparentar alguna nobleza de carácter) aun cuando compone un personaje de tan mala onda como éste: cuestión de carisma, claro, pero también de talento. De su lograda creación depende buena parte del atractivo del film, aunque en general todo el elenco (el taiwanés Ignacio Huang y la siempre expresiva Muriel Santa Ana en especial) se suma al clima cálido y ligeramente risueño que Borensztein supo imponer en gran parte del film.

Tal vez por eso suenan tan poco convincentes los apuntes más dramáticos, sobre todo los que tienen que ver con una justificación de la misantropía del personaje central, que resulta postiza e innecesaria. Esos tramos, como los que sobre el final hurgan en el pasado del chino e intentan señalar ciertos dramas comunes que hay entre los dos personajes explican menos sobre el vínculo que se establece entre ellos que las puntuales y sencillas observaciones apuntadas a lo largo del relato, que hablan con elocuencia de cómo el fortuito encuentro terminará cambiando la vida de los dos.