Un crimen común

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

Cuando los interrogantes son protagonistas

Un crimen común, la última película de Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis) es una incómoda historia que, con eje en los abismos entre estratos sociales, indaga alrededor de diversas –y complejas- reflexiones. Con acotada distribución, llega a los cines locales tras su paso en 2020 por Berlinale y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Todo lo que sucede en y tras Un crimen común es político. Claro que hay quienes entienden a todo film como político, pero quienes se opongan a dicha premisa, sin embargo, podrían coincidir en que la nueva obra de Francisco Márquez alude, tanto en la forma como en el contenido, a un cine que busca transformar, más que con acciones –al menos, en primera instancia- con preguntas. Lo fundamental, quizás, es detenerse en cuáles son los interrogantes que surgen tras el último –y memorable- plano de la película.

Los créditos iniciales se intercalan con el recorrido de un tren fantasma, rodeado de bruma, icónicos monstruos y oscuridad. Son dos niños los que, entre probables risas y gritos que no oímos, “escapan” de aquel terror artificial hacia la luz del día. Uno de esos niños es hijo de Cecilia (Elisa Carricajo), una socióloga y profesora de la universidad pública que aspira a un cargo como Jefa de Trabajos Prácticos. La primera aproximación al personaje de Cecilia, si pensamos en la idea de inevitables interrogantes que surgirán tras la película, justamente, inicia con una pregunta, que, en el marco de la cotidianeidad, podríamos encuadrar como “preocupación”: “Podría festejar acá el cumple, ¿no?”, refiriéndose al cercano cumpleaños de su único hijo.

Acto seguido, Cecilia ve como unos efectivos de la Gendarmería zamarrean a un joven, presumiblemente desprotegido y con una gorra en la cabeza, por no pagar la entrada al parque. Inmediatamente, la protagonista reacciona cuestionando el accionar de los agentes: “¿Por qué lo están empujando?”.

El conflicto se disparará luego de que una noche lluviosa, Cecilia escuche suplicando fuera de su casa a Kevin (Eliot Otazo), un joven de 15 años e hijo de Neba (Mecha Martínez), la empleada doméstica que trabaja para ella. Tras ver a Kevin (por segunda vez, siendo que la película presenta un encuentro anterior) lastimado, con su gorra en la cabeza y escapando de sirenas, Cecilia opta por asumir un rol que, producto del pánico, la convierte en espectadora de la desesperación del joven. Al día siguiente, se confirmará que Kevin fue asesinado por fuerzas de seguridad. De una primera reacción protectora en el parque de juegos, la cual no involucró mayores sobresaltos, ahora la duda se torna inevitable: ¿Qué debió haber hecho Cecilia? ¿Puede comprenderse su accionar o, más precisamente, su inacción?

El desarrollo posterior –y absoluto- del personaje de Cecilia es el que le interesa a Márquez, acompañándola en todo momento y dotando a la historia de notorios signos que exploran la psicología de la protagonista. En efecto, no estamos ante un cuestionamiento explícito al personaje principal, aunque sí frente a una reflexión que, como ha explicado oportunamente su director, indaga entre la práctica y la teoría; una teoría en la que, en primera oportunidad, como profesora, Cecilia se muestra imponente, tanto a la hora de corregir a sus alumnos como también a la hora de explicar –o prácticamente recitar- a los autores que profundiza con armoniosos métodos de estudio. Pero a su vez, una teoría que se desmoronará progresivamente a raíz del propio desmoronamiento emocional (e identitario) de Cecilia, ejecutado mediante una puesta en escena que se vale de la re-imaginación de los espacios y lo que acontece en ellos (por ejemplo, mientras Cecilia estudia en su casa o se encuentra en un bar con dos alumnos para asesorarlos sobre una exposición) o de elementos propios del terror.

En definitiva, Un crimen común transita por el dilema, la culpa, el abismo entre clases y el quiebre definitivo de estructuras cotidianas a través de un sólido ejercicio que, más que detenerse en la mera representación de una realidad a modo crítico, se empeña en construir formas que, sin dudas, desencadenarán en el espectador a través de preguntas incómodas, pero necesarias.