Un camino hacia mí

Crítica de Mariana Mactas - Clarín

Al final del verano

Pocas situaciones como el fin de las vacaciones, el verano que termina, para hablar de cambios y finales interiores. El de la infancia, el de la inocencia, el tránsito impiadoso hacia la adultez.

Un camino hacia mí pertenece al género filme sobre la adolescencia, o con adolescente como centro. Es a través de la mirada de Duncan (Liam James, el hijo de la dective Sarah Linden en la serie The Killing) que observamos el mundo de los adultos con los que, a su pesar, él debe pasar el verano.

Desde la primera escena, con la familia camino al balneario, entendemos que el primer y principal problema de Duncan es el novio de mamá. Trent (Steve Carrell, en un papel distinto) parece estar en clara guerra contra el pibe. Echada esa carta, la película despliega una baraja de personajes vecinos mientras profundiza en las relaciones de la flamante familia ensamblada: la mamá de Duncan (Toni Colette) y la hija adolescente/repelente de Trent, interesada sólo en robar cervezas a histeriquear con chicos.

Los apuntes de los directores Nat Faxon y Jim Rash son agudos. La dupla, junto a Alexander Payne, ya había demostrado su talento para la observación, la creación de climas y tensiones entre adultos y adolescentes en Los descendientes. Acá no son las olas de Hawaii pero sí otro contexto playero, el marco del relato.

Un viaje... es un divertido ejercicio de observación de esas tensiones, en su ambivalencia y con su sabor agridulce.

Hay pocas cosas que Duncan pueda hacer frente a las adversidades: el novio de mamá parece un necio redomado, las horas pasan demasiado lento y las fiestas de los adultos, alcoholizados a tiempo completo, son territorios hostiles. El chico no está cómodo en ninguna parte, no encaja (¿y quién encaja?). Por eso se aferra a un amigo nuevo (Sam Rockwell), que regentea un parque acuático con la cadencia de un rockero con resaca.

Los directores desarrollan situaciones que ilustran las dulzuras y amargores de ese verano de inflexión (la gran Adventureland aparece como otra asociación inevitable). Algunas de esa situaciones -las más sueltas, las más incorrectas- son hallazgos; otras -como las algo obvias referencias a la falta de una figura paterna- un poco más trilladas. Pero el excelente elenco, y la empatía con el protagonista, compensan los momentos estándar de la película. Y la carcajada aparece en los más estallados, que por suerte abundan. Todo arropado por soundtracks reconocibles, de Edie Brickell a INXS. En este baile de personajes hay una buena dosis de encanto. Y espacio para la emoción que emana de la despedida -ese elemento dramático por excelencia- anunciada. Los veranos se terminan, así en la vida como en el cine.