Un buen día

Crítica de Casandra Scaroni - ¡Esto es un bingo!

Leyenda urbana

Mucho anduvo circulando la leyenda sobre el peor trailer de la historia. Empezó como un chiste, con un grupito de personas reunidas alrededor de un Iphone para ver lo que parecía una fea parodia de cómo hacer un mal avance de cine. Después, de a poco, el rumor fue creciendo. Del celular pasó a las redes sociales, y en cuestión de días todo el mundo había visto u oído acerca del tráiler de Un buen día.

Pero gracias a la magia del cine y de su distribución, la leyenda dio paso a la cruel realidad. Un buen día se estrenó el jueves pasado, y aunque sólo unos pocos valientes fuimos testigos de su exhibición, salimos vivos para poder contarlo. Es que por más que después de semejantes diálogos en el avance uno estuviera preparado para lo peor, la película supera ampliamente todas las expectativas. Porque muchas cosas se le pueden decir en su contra (malas actuaciones, desfasaje en los tonos, mal timing, solemnidad, etc.), pero no que no sea ambiciosa.

Presentada como una especie de Antes del atardecer de Linklater (si es que podemos imaginar a Julie Delpy como una border que corre todo el tiempo enojada y a Ethan Hawke como un gordito siempre listo para mostrar los calzoncillos), Un buen día parece querer contar la jornada en que una chica un poco inestable emocionalmente y un tipo que canta canciones de Gaby, Fofó y Miliky como arma de seducción, se conocen y se enamoran de la forma más arbitraria del mundo. Hasta ahí, se trata simplemente de una película mala, más o menos la que todos los que vimos el famoso trailer podíamos haber imaginado. Pero como dije antes, Un buen día es una película ambiciosa. El director Nicolás Del Boca, con un sorpresivo cambio de tono, y luego de haber exprimido el mismo diálogo victoriano sobre las diferencias entre tener sexo y hacer el amor durante más de una hora, se juega con una vuelta de tuerca que sorprende hasta al más curtido.

Nuestra heroína, que sabemos viuda –aunque no se aclaran bien las circunstancias de la muerte de su marido-, luego de dar muchas vueltas sobre el asunto le sugiere al pobre infeliz que la siguió por toda la costa californiana acostarse con él. Bah, mejor dicho le sugiere “hacer el amor”, porque como ella se encarga de aclararle, la diferencia está en si usás o no preservativo, y ella, claro está, no quiere usar. Cuando están a punto de llevar a cabo el acto, ella empieza a decirle a los gritos (igual a esta altura uno ya se acostumbró a los gritos de Lucila Solá) que se vaya, que raje, porque ella es una mala persona. El tipo, que no entiende nada, pregunta qué le pasa y es ahí donde ella se despacha con un diálogo que bien podría haber salido de un sketch de 1990 en donde se parodiara una película como Philadelphia. Ella tiene Sida, y como el marido se lo contagió por acostarse con putas (sic) ella quería hacerle lo mismo a otra persona, sólo que no puede.

Faltando menos de veinte minutos para el final de la película, ésta es la primera de otras tres vueltas de tuerca, una más disparatada que la otra, que hacen derivar la película hacia el peor de los melodramas. Ella, disfrazada de Marilyn, le dice que después de haber tenido un buen día (sí, lo dicen tantas veces) lo mejor sería suicidarse como la rubia trágica. Incluso, hay lugar para lo fantástico con una revelación final a cargo de Andrea del Boca, al mejor estilo Sexto sentido (sí, ella estaba muerta, era un fantasma suicida que volvió para morir feliz).

Al final parece que Nicolás Del Boca es un director cinéfilo y pop, que no se conforma con aludir a Linklater sino que también suma un poquito de Douglas sirk y hasta de Lost. Un genio no reconocido, o cómo diría mi amigo David, nada más y nada menos que un genio del mal.