Un buen día en el vecindario

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

Decididamente no apta para espíritus cínicos, Un buen día en el vecindario es una feel good movie, de esas que no pretenden convencer a nadie de que un mundo mejor es posible, sino que verdaderamente existe, aunque sea de a ratos, y vale la pena luchar por él. Resulta más sencillo creerle estas enseñanzas a un personaje como Fred Rogers, conductor televisivo infantil de la vida real, figura de culto en los Estados Unidos, y alma caritativa incapaz de alimentarse en base a carne porque “no podría comer nada que haya tenido una madre. Que Tom Hanks, otro célebre “buen tipo” lo interpreta, claro que también ayuda.

Un buen día en el Vecindario parte de apenas una anécdota en la vida de Rogers, que se remonta al momento en que un desconfiado y algo misántropo periodista, Lloyd Vogel (Matthew Rhys), comienza a desarrollar una nota sobre este “héroe” popular norteamericano para la revista Esquire. La narración rápidamente se concentra Vogel, y Rogers, aunque se mantiene como el eje central de este relato, pasa a un segundo plano. Un buen día… se transforma así en un drama familiar típico y harto conocido, que sin embargo brilla por algunas notables decisiones de la directora del film, Marielle Heller (Can you ever forgive me?). Esta experimenta con transiciones y recursos estilísticos propios del cine más indie, pero sin desconcentrar o resultar una experiencia demasiado excéntrica.

La vida del verdadero Rogers encuentra en Hanks su reflejo, y aunque algunos pasajes por momentos se tornan un tanto obvios o aleccionadores, el resultado final de la obra de Heller es, si bien modesto, un bienvenido respiro entre tanto cinismo e historias de antihéroes rescatados.